sábado, 1 de julio de 2023

 Los ojos expertos, los que saben ver y mirar, descubren en un solo golpe de vista más colores, más formas, más detalles de los evidentes. Los ojos que ya han interiorizado el oficio de mirar aprecian, valoran, atisban, intuyen la cerradura y lo que queda detrás de la puerta en un solo pestañeo.

Los ojos nuevos, los que llegan curiosos y sorprendidos se deslumbran ante lo aparente, se fascinan por el paisaje que los envuelve y el brillo rutilante  del conjunto, pero ciegos por el resplandor aún no saben distinguir lo inventado de lo evidente.


Los ojos expertos se recobraron de los reflejos de la mirada inocente y el oficio cobró cuerpo en ellos. Para ello hicieron falta dias y maestros que tatuaran con maña la dinámica de las cosas que cobran cuerpo con la experiencia.


A nadie se le exige cátedra de magisterio  para enseñar a vocalizar la primeras letras, basta con la buena voluntad de repetir varias veces las vocales, silabar, deletrear y cantar dando tiempo al aprendiz para interiorizar el sonido, el movimiento de los labios, la prosodia de las letras.

Nadie aprende a leer en libros gordos y pesados, y nadie aprende a trabajar bajo la presión del látigo y la lección ruda y agresiva del maltrato y la denigración.

No es necesario años de pedagogía para sospechar que la humillación ni forma a las personas ni hace equipo.

Siempre es de agradecer el esfuerzo de quien enseña porque enseñar lleva tiempo y retarda la dinámica diaria porque suma carga de trabajo a educador, por eso es más meritorio y encomiable dicho servicio y el temple que se ofrece. Temple que yo solicito para ambas partes, interés del discípulo y paciencia del experto para que fluya la labor diaria con más solvencia y mas eficiencia. No se logra hacer equipo intentando amedrentar, humillar, soterrar y degradar al educando. Esa actitud finalmente no dice nada del alumno que caerá sin duda en el error, pero sí de quien sabiendo hacer prefiere ser temido a ser respetado y no repara en dañar sin piedad y sin remedio.

Al final se resiente el servicio que se ofrece porque rebaja la calidad de la asistencia y todo se devalúa sin ninguna necesidad. 


Enseñar a quien no sabe es una virtud social y moral imprescindible.


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