Suzanne tiene unos ojos negros inmensos y profundos, tan franceses como ella. Dos pozos de agua oscura a los que unas ligeras arrugas y una inmensa sonrisa suavizan y calman. Suzanne no mira a mis ojos pardos pero me busca y me encuentra. Me inquieta cuando percibo que me sigue con la mirada desde lejos, porque no sé que significa. Puede que le recuerde a alguien (o a ella misma) e hipnóticamente me busque. Su mirada me llama, acaricia mi nuca; sé que está mirandome y me observa; aguardo un momento sin girarme a pesar de que el cuerpo me pida hacerlo, en cuanto noto la vibración visual, rápidamente. Aguardo porque sé que el mismo giro de mi cuello guiara al suyo unos instantes después y solo nos encontraremos un espacio de tiempo tan breve como turbador.
Hablamos malamente el idioma que la otra habla pero de alguna manera nos decimos.
Un lenguaje emocional antiguo y común nos sintoniza, crea un lazo entre nosotras, sin saber muy bien de donde viene o que quiere decir.
Me quedo con ganas de darle un abrazo más largo y siento que a ella le pasa lo mismo.
Suzanne guarda de mí, un corazón de papel que late y un pájaro que mueve las alas; como en nuestra no-historia el corazón late para ningún cuerpo y el pájaro bate alas para ningún vuelo. Pero ambos se mueven.
Soy ampliamente consciente que solo es un instante de cuento en una realidad que excluye los momentos de magia, pero me encanta saber que existe, y que quiere que sepa de ella que me reconoce y me recuerda.
Me atrae e inquieta, como cualquier misterio.
sábado, 3 de mayo de 2014
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