El espacio que queda entre las casas blancas de mi pueblo
se mantiene colmado de todo como una oportunidad de algo
que no sirviera para nada.
Y nada posee tanto ese espacio tan vital y vacío
como la respiración de las gentes idas;
como los pesares soportados dignamente entre las cuatro
paredes encaladas de cada quien.
Tan espeso es el peso de los días que
se convierten en un muro solo atrevasado por fantasmas
donde, de vez en vez, crecen amapolas o nace un sol.
No hay lugar para nada que no sea lo conocido,
ese conocimiento que no es sabiduría ni verdad
más parecido a una rutina trabajada.
Se vacían los cosmos pequeñitos
magnetizados por los agujeros negros
de una ciudad herrada
que atropella lo artesano con la prisa.
Saturno devora propios y ajenos
no dejando nada que sirva de alimento
a sus árboles sin fruto.
La primavera se marcha veloz
con un billete barato
al alquitrán,
pero la esperanza se acerca caminando
despacio,
al volver de los días, arrastrada por la mano del sol
y las amapolas
para enjablegar de verde
los caminos que llevan a la plaza,
al corazón de la aldea,
al pueblo,
a los paganos.
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miércoles, 11 de abril de 2018
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Gracias.
ResponderEliminarojalá algo lo posea
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