martes, 12 de marzo de 2013
El cuento que te cuento, Caba.
Francisco era pequeño y le encantaban las palabras. Las podía ver circular por el aire y bailar.
Algunas eran chiquitas pero llenas de colores, otras simplemente se escondían en un rincón y observaban el tráfico pasar. Las que más le gustaban eran las que dejaban en el paladar sabor de helado de limón, de nata y las de sabor a galletitas saladas. Algunas en su punto de vinagre no resultaban agrias, pero un gesto, una cejas que subían unos milímetros o unos ojos muy abiertos les podían variar la emoción. Las de chocolate eran mayúsculas y las de fresa más cortas y más amorosas.
Los monosílabos eran de sabor rotundo y las bisílabas muy juguetonas saltaban sin parar. Pero entre toda aquella galaxia de sonidos, estaban aquellas prohibidas. Escritas con la misma tinta que las demás, circulaban en el aire entre balizas, había averiguado que no eran adecuadas por las miradas de los adultos que las pronunciaban. Aunque en ocasiones podían ir medio llenas de risa, a menudo les aparecían espinas pero no tenían aroma a rosas, no. Aquellas palabras por moverse por corredores distintos le fascinaban misteriosas.
De entre aquellas prohibidas eligió una para guardarla en la boca y dejarla salir cuando ella quisiera. No es por nada que las palabras a veces cobran vida propia. Y una tarde cuando caminaba por la calle y sus ojos se fijaron en un hombre golpeando a un perro se solto catapultada, muy alta, muy clara.
"Cabrón" a la velocidad de la luz, pero muy oscura.
Y no le pareció fea sino descriptiva. A quien le escucho pero no en la misma frecuencia de mirada no le pareció que calificara a otros si no a él mismo.Y sin entenderle ni dejarle explicarse, le llevo al cuarto de baño y lavo su lengua con jabón.
Lo bien que huele y lo mal que sabe. Y así con la espuma todo se desdibujo en blancos y negros.
Durante mucho tiempo no entendieron que le pasaba a Francisco. Había enmudecido después de aquel episodio, ni un "si" ni un "no" se le escuchó en meses hasta que una mañana al ver a una niña a punto de caer desde el columpio del parque gritó muy fuerte y muy alto ¡cuidado! y todos los sabores del aire se arremolinaron encima de él y poco a poco en cada inspiración volvieron todas las letras a su boca. Tiempo después contó que las palabras feas se habían borrado mientras lavaban su lengua con agua y jabón pero las bonitas también. Y comprendieron.
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Castigo - bloqueo. ¿De qué me suena esta historia? Me gusta, cereza.
ResponderEliminarCAstigos que se sabe como comienzan y nunca en que acaban.
EliminarMe alegro de que te guste.
Besosss
Muchas gracias cereza...Ha valido la pena es`perar. me ha gustado mucho...
ResponderEliminarBesos de colores
Caba, ahora te toca a ti contarme otro.
EliminarEspero que no tenga que esperar tanto tiempo como tú, que tengo poca paciencia.
un beso, guapa.
si, es hermoso
ResponderEliminarAnónimo, estoy de acuerdo contigo.
Eliminarmmm... no sé qué prefiero si el jabón o la guindilla...
ResponderEliminarUna bonita forma de contarlo.
Un beso, Cereza.
Mmmmm, difícil elección, pq el jabón sabor guindilla lo prohibira la constitución, no?
EliminarUn abrazo, pero no picante, eh!
...No dejemos nunca que nos laven la lengua con jabón...!
ResponderEliminar¡Qué delicia de cuento! Y no lo digo sólo por los sabores de las palabras.
Un beso!
Muchas gracias, Mercedes. Viniendo de una cuentaora como tú, la delicia es el comentario.
EliminarMil besos!