martes, 30 de octubre de 2012

con las luces justas


Me cuesta adaptarme a las tardes tan cortas y la noche desde las seis.  No sé que se ahorrara en electricidad. En casa hay que encender antes y en los lugares de trabajo, ahora que no hay lugares de trabajo, pues no sé.
Hoy he ido hacer la compra a un supermercado que está situado cerca de un amplio aparcamiento. Allí varios coches con las luces puestas y sin conductor ni ocupantes dentro. Y al pasar me digo, como se nota que estos coches son viejos, no te avisan al bajarte de que las apagues. Y al salir coincido con uno de los conductores sin avisador. Se sube y claro la costumbre de darle al botón que enciende las luces, a piloto automático. Arranca y se va sin faroles. Mientras arranco pienso, "ay  las cabezas".
Al rato me dan las luces varios coches. Ostras, conozco gente pero no tanta para que me saluden todos.
Ay mi cabeza, yo también sin luces. Si es que todo se pega. Menos la hermosura, dicen.

sábado, 27 de octubre de 2012

Ayer faltaba uno para tres



Hay un cuento de Inés Barredo, que está publicado en su libro "Crecer jugando" donde cuenta magistralmente la historia de una niña que el mismo dia que va cumplir ocho años se pone frente al espejo para ver la trasformación que sabe que va a ocurrir. A los ocho años se comienza a ser grande y ella no se lo quiere perder. Pero a pesar de no moverse frente al espejo no nota ninguna diferencia en ella. Tal vez el cambio más notable se produzca al cumplir los nueve años, piensa. Y espera un año. Y vuelve el mismo día de su cumpleaños, esta vez con más empeño a fijarse atentamente en el espejo para verse crecer. Y de nuevo la misma desilusión. Pero ella sabe que se crece, ve las fotos de su madre y ella era chiquita y no como ahora. Ella misma lo puede comprobar al ver las fotos de años atrás. Ella ha crecido. ¿Pero cuando?
Entonces se da cuenta (que importante darse cuenta) de cual era el secreto. Que en realidad cuando cumples un año más no dejas de tener los anteriores.
"Que cuando yo cumplí nueve años no dejé de tener ocho; cuando yo cumplí diez años no dejé de tener nueve...."

Todo esto para decir que cumplo años hoy y estoy frente al espejo. Y que sé que no dejaré de tener  ni ocho, ni nueve, ni quince, ni veinte, ni cuarenta y dos, que siguen  siendo en mi.
Sé que soy ampliamente mejorable, pero estoy contenta conmigo misma, con quien he llegado a ser, pedaleando, peleando, caminado, aprendiendo, equivocandome por atajos, volviendo que no es retroceder (dice Benedetti), pasandome de lista, rumiando, decepcionando, soñando, amando, compartiendo  y aceptando que la vida me da un regalo todos los días que a ratos no disfruto porque soy una  despistada, pero sé que está.

Gracias mamá, porque sé que no fue tan difícil parirme como traerme a la luz.

martes, 16 de octubre de 2012

Otra cosa tendrás, no?

Esta marvillosa luz de octubre que no quema ni asusta, que más bien alimenta invita a salir a la calle. De entre los trabajos del verano queda por adecentar las puertas del garage que abren y cierran el hogar de mis vehiculos y aprovecho para pintarlas de azul luminoso.
Subida en la escalera comienzo el trabajo y mientras en la esquina aparecen dos niños. Una niña de no más de diez años y un rubio que calculo no tiene aún tres.
Me pregunto porque no están en la escuela.
Salen jugando y aparece una mujer casi niña con un carrito y la bebe de pocos meses.
Vienen caminando hacia donde me encuentro y el rubio, más atrevido corre y se planta enfrente de mi.

 La mujer casi niña llega y saluda. Es extranjera pero habla mi idioma. Vestida con ropas muy humildes que resaltan más su juventud por contraste. Bajo de la escalera y les regalo un globo. Solo uno, se han agotado las reservas. Ella dice gracias y me los presenta. Él se llama Raul, la niña Maria y la pequeña Rodica.
Tienes unos niños muy guapos, y ella sonrie. No me dice su nombre.

Siguen paseando y al llegar a la esquina dan la vuelta.
Raul se vuelva a adelantar y se para de nuevo a mirarme. Invitandome a que le vuelva a decir 'hola rubio'.
Continuan paseando.
El furgón del frutero se viene acercando desde el otro lado de la calle y para a su altura enfrente de la casa.
¿Cuanto valen las frutas? pregunta la mujer casi niña.
Un euro la pieza, responde el hombre, ¿quieres? Y ella le dice que si, que le de un melón.
El vendedor quiere darle el más pequeño y ella protesta, dame otro más grande. Podias darme dos.
Y el hombre niega esa posibilidad. Te he dicho que un euro la pieza. Si quieres más cómpralos.
No tengo dinero, dice ella.
Entonces él la mira de arriba abajo, despacio. Se para en sus pechos y levanta lentamente la cabeza.
¿Pero otra cosa si tendras, no? Están los niños, dice ella.
¿Cuando estarás sola? A las tres y media.
Entonces volveré.
Van a pasar a la casa y el hombre la sigue repitiendo el horario, asegurándose que ha entendido bien el contrato.
Vuelve al furgón, abre la puerta y le indica que vuelva, tiene un anticipo para ella. Le ofrece otra pieza de fruta. Es la fianza.

Sube al vehículo, arranca y se va. Al pasar por mi lado, me pregunta si quiero comprar fruta.
Ni lo miro.

Hoy los niños comerán postre y un trozo de la dignidad de su madre. Ella dejará de parecer una mujer casi niña. Él se agrisara mucho más. 

Otra mujer educada hace mucho tiempo, en otros tiempos, que ha sido testigo como yo de la negociación, pasa murmurando cerca de mí. Distingo en su soliloquio la palabra "puta".

La mujer educada en otros tiempos tiene razón. Entre los actores de esta escena hay una puta, la más puta de entre todas las putas, la más depravada, la más cultivada por otros más putos que ella, la que siempre ha estado y seguirá siendo puta donde viva.

La puta pobreza

viernes, 12 de octubre de 2012

Octubre 12. Día del descubrimiento

En 1942, los nativos descubrieron que eran indios,
descubrieron que vivían en América,
descubrieron que estaban desnudos,
descubrieron que existia el pecado,
descubrieron que debían obediencia a un rey y una reina
de otro mundo y un dios de otro cielo,
y que ese dios había inventado la culpa y el vestido
y había mandado que fuera quemado vivo quien adorará al sol
y a la luna y a la tierra y a la lluvia que moja.

Los hijos de los días.  Eduardo Galeano

martes, 9 de octubre de 2012

Hojas de vid

Era hija del otoño y llevaba sus hojas grabadas en ella.Tenía las piernas más  bonitas y exóticas que he visto jamás. Aquellos pies pequeños y andariegos sentían celos de la atención que siempre era depositada un tanto más arriba. eran suaves y seductoras, jamás pasaban desapercibidas. Aquellas piernas eran  hipnóticas  y ella lo percibía en las miradas que las acariciaban mientras caminaba.
Para la ciencia que no entiende de poesía eran nevus pigmentarios, para mí y para quien la deseaba  hojas de vid perfectas dibujadas en su piel desde su nacimiento. Tres en la izquierda,  cinco en la derecha.
Cuando ella paseaba por la playa todos los ojos se olvidaban del mar.
Ella era dulce, rebelde e ingenua y harta de una vida sin esperanza quiso aprovechar aquella ventaja  obtenida sin pedirlo y que transformaría su vida sin merecerlo.
Sus ojos juguetones siempre, insinuantes y provocadores sabían esconderse en el momento exacto y aparecer convertidos en hielo en un pestañeo mientras jugaba desnuda con fuego. Se hizo hábil en la provocación y para el disimulo pero  no tanto como aquellos que no tienen escrúpulos y lo quieren todo, hasta el alma de la que ellos carecen.
Ayer hablando con Ana sobre como trata de educar a su hija y como hablarle de sexualidad y amor me preguntó que hubiera yo deseado saber sobre el tema. Y la recordé.
Ella que jugó y se consumió hubiera querido saber que una persona vale más que su cuerpo y que no hay ningún motivo, absolutamente ningún motivo para que una chica tenga amores que no quiere o relaciones que no le convienen por ser tenida en cuenta, por miedo a ser diferente o a quedarse sola. Que ninguna ley del agrado compensará la perdida de la inocencia a quien nadie  ha enseñado a amarse, a elegir o a decir no.

miércoles, 3 de octubre de 2012

paseando

Voy a dar un paseo con mi sobrino Diego de la mano. Tiene treinta meses, para la gente de letras dos años y medio. Quiere llevar su bici pero me niego pq no tengo ganas de ir corriendo tras él gritando que pare en cada esquina y con el corazón encogido cuando le veo tambalearse por el borde de la acera. Además que podemos ir paseando y a la vuelta cuando insista en decir con voz de falsete " ay, ya no puedo más, no puedo más.." no estaremos muy lejos de casa. Volver con él cargado estilo gitana y la bici al otro lado se me resiste.
Salimos de la mano y andamos un par de calles, por la sombra, con una conversación que me despierta una sonrisa interminable. Caminamos en todos los estilos, pasos de hormiga, pasos de elefante, pasos de rana que son los que más le gustan, abrimos alas de mariposa, de murcielago, de pajarilla de las nieves. Paramos en cada chicle, en cada papel y en cada palito. Miramos hormigas, vemos volar palomas y esquivamos a las vecinas que nos hacen siempre un interrogatorio de tercer grado.
Al llegar al final de la calle hay una casa nueva que ahora habita una pareja muy joven de aspecto un tanto siniestro pero muy amables. Están en la puerta de la casa despidiendo a una señora que supongo es la madre de alguno de los dos, y  que se aleja unos pasos antes de que lleguemos a su altura. La chica lleva en los brazos un cachorro de perro negro y blanco, de pelo brillante y ojos niños como los de Diego.
Diego se asusta un poco cuando ve al cachorro pero agarrado a mi pierna nos acercamos un poco más y le pido a la que Digo llama Nuria pq se parece a su prima que nos deje acariciar un poquito al cachorro, no quiero que el niño tenga tanto miedo de los perros como he tenido yo.  Le acariciamos los dos y le gusta. Nuria mira al cachorro y seguidamente a Diego y ella le dice que se llama "ronco". Diego  se vuelve a mirarme un segundo, se gira hacia Nuria y le dice como si entendieran que ambos hablan de sus mascotas: se llama cerecita.

Y ahora ya no se quien saca a pasear a quien...

Ayer

 Esconde tus manos, como si fueran garras de  usura, Esconde tu alma  como si fuera lodo feroz Oculta tus ojos, que nadie lea la vergüenza e...