El ansia de poder no soporta el consuelo de la paz. Es un fuego que calcina sin llama, un humo espeso que lo carboniza todo. No hay agua que apague esa sed de agua de mar ni el pozo lleno hasta la boca es suficiente para el corazón reseco que se ciega y se animaliza sin término. La sangre que cae de esas manos no se coagula nunca, jamás deja de manar en cascada infinita, arrasandolo todo tierra, mar, aire, nubes, soles, planetas. No hay suficiente nieve en las montañas del mundo que aclare la tierra cuando esta cae en las manos de la codicia y del ansia. Mata las flores, estropea los frutos, disemina su frustación en una siembra de horrores que no tiene perdón ni cosecha.
La muerte cuando es natural no tiene rostro, acaricia la mano de manera suave, sin artificio ni prisa. No estruja el alma de quien parte ni arrebata el fututo de quien recuerda. Se permite mirar a los seres que cumplen su recorrido vital con la misma naturalidad que el aíre recompone el llanto que se inicia en la inspiración de quien llega. Sin embargo la guerra, que pretende ser legitima, solo rompe el equilibrio del mundo, inclina la balanza de la injusticia hacia el terror y corrompe las almas que tizna de un negro profundo, oscurece la vida hasta convertirla en un lodazal de sangre y de miseria intrasitable, irrecuperable y absurdo.
Enloquece la esperanza, destroza la alegria, anula el futuro, silencia la existencia con un estruendo atroz sin que nada lo justifique. Pretende excusarse en letras capitales y todo lo aniquila sin orden ni razón.
La guerra es la sinrazón de los fanfarrones, de los enanos mentales, de los vampiros pendencieros de la bondad y de la luz. La muerte no tiene rostro, pero la guerra sí tiene nombre. Lo que no tiene es plural porque siempre es la misma sierpe de cizaña envenenando el trigo de la buena gente. Detenta la autoridad del monstruo que le vive adentro y que solo refrenda la indiferencia de los cobardes que blanquean su misera moral escudados en un poder que la naturaleza jamás les confirió.
Mientras la justicia no reformule la ley sobre los abusos cometidos, mientras la tierra mantenga los huesos carcomidos de los inocentes en su seno sin sepultura digna, no habrá paz perdurable ni seguridad en la hacienda ni esperanza para nadie. Por mas que se trate de ocultar la atrocidad bajo los mantos de piel cibelina, el olor de la impostura se extenderá sin remedio. El tiempo marcará con su paso inexorable el ciclo de la recuperación, pero si la humanidad no recompone la sinrazón cada poco se levantará un lider que anuncie poder y privilegios para unos pocos que retomaran las armas de la barbarie en un ciclo infinito. Darles oídos será manchar de nuevo la blancura de la paz con el barro del terror.
Niguna generación queda libre de atropellos, pero sí puede ser educada para apegarse a la compasión, a la equidad, a la generosidad que la paz ofrece siempre a los corazones pacificados. Se hace necesario recordar que el bien que no hacemos nos intoxica y que los valores de la paz no se concretaran nunca por la comodidad o la indiferencia.
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