miércoles, 12 de agosto de 2020

Vino y olvido

 Nunca me pesó aquel vino que pagué y se quedó en la copa. En aquella ocasión, la verdad se reveló en el cristal más fino, en el que merecía escanciarse un caldo noble y caro como aquel que no fue cultivado para morir en el olvido y el desdén de sus labios. No fue necesario leer los posos del café ni echar las cartas sobre el tapete, la mezquindad del gesto fue tan potente como un láser en los ojos. Allí donde yo creí ver un día  un elemento cálido y noble como la madera se reveló un palo endurecido y reseco mal maquillado de verde entre sus oquedades rugosas. No había nada jugoso en su esencia, en algún momento de su niñez el exceso carbonizó la savia nueva al punto de tranformarla en la raíz amarga que siempre destiló, después, por supuesto, de una edulcorada luna de miel que jamás fue dulce. Siempre creyó que era quien se suponía, caminaba con el aíre de quien viste el abrigo de pieles más caro y los zapatos del tacón más fino, pero  comencé a verla sin cataratas en los ojos, amante de las canciones que guardaba para sí, conocedora de todas las letras, incapaz de sentir  música alguna, de un swing descabalado y sin ritmo.

Doy por concluído el duelo y por bien empleado el tiempo que gasté en la espera mientras los días recomponen mi pulverizado corazón porque la lección fue dura pero no mortal y hoy aun convalenciente, agradezco infinitamente que los ojos que me miran no sean ni molinos de tiempo ni veletas de chapa... y eso merece un brindis. ¡Salud!

 





1 comentario:

  1. Si acabó el duelo, todo perfecto. Que bueno que supiste ver.

    Un beso

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