viernes, 7 de agosto de 2020

Migrañas

 A veces, necesito leer libros que no digan nada, solo para consumir palabras como si fueran tragos de licor. Cuando leo en versión "solo palabras" no hilo  frases ni me preocupa su significado ni mucho menos su ortografía o su sintaxis, de modo que puedo leer en todos los idiomas del mundo. Solo sorbo las letras y veo como se desplazan hacia mi cerebro por el ascensor  entre planta baja de mis ojos y el arco gótico de mi nariz. Suben sin hacer casi ruido y se van colocando por los huecos de mi cerebro de tal manera que al ratito de leer mi mente se ha convertido en un ladrillo, un lugar donde los átomos ya  no son átomos porque no queda espacio entre ellos ni para la física quántica. Entonces cualquier ruido se convierte en un estruendo y todo  desploma como los edificios de adobe en un terremoto.

A veces de las entretelas de mi cabeza se elevan unas burubujas de colores metálicos que no sé de donde proceden ni que buscan o que quieren, solo sé que desde las profundidades de los sonidos se deslizan unos lazos de consistencia etérea que comienzan a elevarse hacia las orejas y estacionan en la parte superior del pelo como jirones de nube despedazados por el viento antes de la tormenta. 

Algunas veces,  necesito dejar que todo aquello que me vive en desorden yerba afuera a borbotones porque amenaza con colapsarme como si aguantara la respiración debajo del agua durante más tiempo del prudente. Cuando esto sucede se eleva un rumor de mar embravecido desde el pecho hacia la cara que colorea todas  mis pecas de un rojo tan intenso que duele. El galeno dice que son petequias borrachas de vino  y por eso comienzo a caminar como un borracho en días de feria y provocan esa  hemorragia de teatro que me arrebata después.

 Algunas veces necesito acunar mis penas y dormir sobre mi halda esa alegria ingenua que alborota a la loca de mi casa para no morir de poesia o de loca que tanto da.

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