sábado, 9 de mayo de 2020

Confinamiento I

He perdido la cuenta de los días que llevamos de confinamiento, no quiero ni pensarlo, no me importa el número salvo por anotar la cantidad de historias que Diego ha inventado en este tiempo. Tengo la suerte de vivir en una casa con un patio orientado al sur, la luz entra desde el amanecer y todas las tardes  tengo que pedirle al sol,  amablemente,  que se marche porque de otro modo llegaría tarde a despertar a mi comadre María que vive en Ecuador y se levanta cuando él aparece por la ventana. María me lo agradece infinito, lo sé. Dependiendo de las estaciones la luz que llega al patio se inclina en una dirección o en otra y a su sazón voy cambiando las plantas de lugar para que las alimente el sol en invierno o para que no las queme vivas en verano.
Comencé a sembrar las semillas para el huerto hace un  mes y ya he trasplantado los tomates, los pepinos y las calabazas, en unos días trasplantaré las plántulas de melón y de pimiento. Ahora que los dias son más largos los brotes aparecen como por arte de magia, por lo tanto solo falta que me escape una tarde a preparar la tierra y a plantarlas donde deben crecer.  No imagino lo que deben ser estos días en un apartamento pequeño y teletrabajando o sin trabajo que será aún peor. No sé si me acostumbraria a vivir en un habitáculo pequeño sin sufrir claustrofobia, acostumbrada a las grandes planicies creo que se me caerían las plumas de vivir sin aire. A las que tengo que recortarle los vuelos (hablando de plumas) es a las gallinas.  Cuando espelecharon antes del invierno daban mucha pena,  pero ahora que ya tienen el plumaje nuevo les ha entrado la mania de subirse por donde no deben hacia donde no pueden y he tenido que ir a recogerlas mas de una mañana a casa de la vecina. Cuando se lo contaba al pequeño Diego tuve el desacierto de escoger mal las palabras y a poco le da un telele cuando me escuchó decir que pensaba cortarles las alas. Naturalmente no lo dije como algo literal, solo se trata de recortarles las plumas para evitar que vuelen largo y que acaben en algún caldero ajeno antes de tiempo. Eso les suelo gruñir cada vez que entro al gallinero y no las encuentro, que me arrepiento de haber ido a buscarlas tantas veces a otras casas y que arriesgan su vida tontamente mientras me averguenzan sin orden ni concierto...

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