sábado, 29 de diciembre de 2018

Ayer la vi.

Imposta tanto que a veces siento un poco de ternura por la fragilidad que esconde su impostura: esa argamasa de interés, necesidad y astucia,  y me enternezco sin ser connivente con su actitud y sus pretensiones.

Ha llegado a tal grado de perfección en sus movimientos, imitados sin hartazgo ni censura; en sus giros elegantes, su cadera cadenciosa, sus modales medidos y las palabras suaves con las que acaricia los oídos de quien la escucha que casi ha logrado ser más interesante que la original, aunque no sea  más que una copia de lo que idealiza y un menosprecio de su ser real.

Hubiera podido ser la mejor relaciones públicas, la vendedora número uno del mes todos los meses del año y  sin embargo se ha acomodado a ser la mano que mueve una marioneta con la que evitar los golpes del destino sin que a ella le imputen cargos  jamás.

Aunque sea  posible engañar a muchos por mucho tiempo no es posible engañar a todos el tiempo todo, a la larga lo artificial no puede suplantar lo auténtico. Entonces, ella imposta con más gracia, con más donaire, con más intensidad y algunos vuelven a creer en su impostura un tiempo más.

Anoche, se colocaba el abrigo con tal gracia, que yo siento de verdad que sea de mentira. Y siento que no haya tenido el valor ser quien es  y  de reconocer su limitación humana porque la hubiera hecho más libre y más feliz;  hubiera ganado credibilidad entre los propios y respetabilidad ante los ajenos sin  necesidad de negarse a sí misma, lo cual  es tanto como confesar  falta de valor cuando no es verdad. Su  clasismo acaba con ella: su necesidad vanidosa de mirada continua sin tomarse el oficio ni el trabajo de cultivarse por dentro y correr el riesgo de dejarse ver.

Lo peor de todo es que en esa carrera no cae sola. Siempre encuentra un alma ingenua, carente, mentecata a quien seduce su artificio y que cierra los ojos ante la realidad dejándose conducir por el canto de la sirena, de la facilidad, del atajo, del camino corto.  Los daños son directos y colaterales, lo abarcan todo. De la misma manera que seduce y atrae, llegado el momento no le tiembla el pulso para rechazar y abandonar en el camino lo que ya no sirve o no interesa. Entonces, la seda se recama de espinas y lacera sin piedad; bajo la suavidad del terciopelo se escondía una mano de acero.

Caí en esa trampa hace muchos años. Cuando era una niña acostumbrada a dar servicio a mucha gente con dificultades que no supo enseñarme el límite entre lo aceptable y el abuso. Ella era repetidora, pero porque ella quiso no por otra cosa, y el orden alfabético la trajo a mi vida un año entero. De ella aprendí tanto que hoy  no me pesan los deberes que le regalé todo sexto, aunque entonces descubriera que el ser humano nace con la indignación de serie ante los abusos y la injusticia.
Por más que se haga luz de gas con el tiempo se termina por distinguir la verdad de la impostura.


martes, 25 de diciembre de 2018

La fuente y el mar


Junto al mar, de un peñasco brotaba
fuente humilde que en él destilaba
gota a gota, su limpio caudal;
y le dijo la mar espumosa:

¿Quién te manda arrojar, lacrimosa,
en mi seno tu pobre caudal?
-
Vasto mar, contestóle la fuente,
sin alardes y en mansa corriente,
de mis perlas yo te hago merced,
porque falta en tus olas bravías
lo que sobra en las lágrimas mías:
una gota que apague la sed.

LUIS ROMERO ESPINOSA

lunes, 17 de diciembre de 2018

¿Quién...?

¿Quién no habrá sido tóxico un momento?
¿Quién con la intención de ayudar, alguna vez,  no habrá embrollado más el problema que trataba de solventar?
¿Quién no habrá sido escollo y no  tabla de salvación como pretendía?
¿Quién no habrá errado cuando lo único que deseaba era acertar?
A lo largo de nuestro periplo vital habremos sido más veces agresores que ofendidos.
¿Quién, en cuestión de sentimientos, estará libre para tirar la primera piedra?





jueves, 13 de diciembre de 2018

La faringe digital

Estoy estudiando la  ley  39/2015 de 1 de octubre: El  Proceso Administrativo Común,  y, naturalmente, me distrae una mosca. Es literal, porque este año ni las cigüeñas se han ido ni las moscas, tampoco. Además de la mosca (la que me entra) todo me parece más divertido que los artículos de la ley y he dado una vuelta por los primeros post del blog. Lo que queda escrito tiene la ventaja de volver, y, aunque, ni él ni yo somos los mismos, me reconozco y me saco una sonrisa.

Era el 16 de diciembre del año 2010, ya han pasado ocho años, pese a que tengo la sensación de haber vivido dos o tres vidas desde entonces.

Este post se titulaba "Rafa, el faringista" y yo creía entonces que nunca volvería a tener ni rastro  de actualidad. Como administrativa no sé, pero como vidente, desde luego,  no tengo precio.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

El espiritu de mi Bisa.

Mi bisa era espírita, pero espírita totalmente convencida. Callaba lo que creía, según ella, porque los tiempos aún eran de carcel y cerrojo. La inquisición no está lejos,-decía- y tiene un olfato afinado. Al parecer  sus ideas destilaban un aroma a luz clandestina que ella no se podía permitir desvelar.

 
-Saca el libro del baúl y léeme un poquito, anda.
-Bisa, si se entera la abuela de que estoy en conciliabulo con usted, nos azalea a las dos. Ya sabe como se pone cuando escucha hablar del tema libro...
- No seas gallina, no llegarás muy lejos  siendo cobarde. Si haces caso a los locos acabas más loca que ellos.
-Pero, Bisa, si la que nos considera locas es ella.
-No sabe lo que dice, muchacha.  Siempre ha sido tan formal que no sé como puede ser hija mía. Porque cuando la parí estábamos las dos solas y no puede ser de nadie más, si no creería que me la cambiaron por otra.
-Lo mismito dice ella.
-Venga, ve a buscarlo y salimos andando despacito sin que nos vea.



 Cuando la conocí, o mejor dicho, cuando ella me conoció a mí ya cargaba 83 años y para cuando yo supe leer alcanzó los 90.  Era muy alta, no se parecía en nada a mi abuela, que era bajita y menudilla. Lo que no he llegado a entender nunca es el modo en que consiguió la abuela que la Bisa, ya sin filtros, dejará de hablar de los espíritus a todo quisque porque era su pasión. A escondidas me instaba a que preparara saumerios de romero cuando estabamos solas en casa para limpiar el ambiente o encendía lamparillas de aceite en un rincón de su cuarto para que no faltará la luz, decía.  Yo solía preguntar quién necesitaria la luz de aquel lebrillo, pero no siempre su humor soportaba mi ignorancia ni tampoco su paciencia. No era una mujer de trato fácil, pero destilaba el encanto de la autoridad insurgente que no se dejaba vencer a pesar de lo aparente.

 Encendemos luces para que los muertos no anden a oscuras, niña...

 No escapaba a la superstición por completo, en su mente la razón y la creencia se aliaban para darle certeza y la sensación de controlar el pequeño espacio de vida que ocupaba con una enorme intensidad.


La Bisa comía muy poquito y seleccionaba la comida con una minuciosidad desesperante. Siempre utilizaba la misma cuchara, una  pieza de orfebrería que le había regalado su marido durante el tiempo del noviazgo. Contaba que cada vez que reñían, la cuchara iba y venía. Era preciosa. Una cucharilla de plata con un aguila labrada en el puño. Cuando ella  terminaba de comer, la limpiaba cuidadosamente , la envolvía en un paño blanquísimo y la echaba a la faldriquera. La primera vez que la vi hacer aquello me quede estupefacta. No sabía de nadie que guardara su cuchara en el bolsillo. En mi casa mi madre recogía toda su cuberteria de alpaca en un cucharero de plastico azul  que, desde luego, tenía mucho menos estilo que la faldriquera de la Bisa.

Enviudó muy joven con 34 años. Jesús, su marido, no superó la epidemia de gripe del 18. Murió en la misma fecha en que la yo nacería mucho tiempo después. Tal vez por eso la bisa me miraba con buenos ojos. Ella creía en el destino y suponìa que desde el otro lado de la vida, los seres que se marcharon antes que ella le enviaban mensajes para que supiera que la muerte no habia roto el lazo que les unía. Cualquier hecho casual podía pasar por un guiño de los suyos.

Entre abortos y embarazos a término pudo concebir catorce veces, pero solo le vivieron tres hijos. Mi abuela, el tío Luis y Manuel. El más joven moriría  axfisiadao mientras trabajaba en un pozo a los veínte años. "Las miasmas pestilentes lo llevaron allí".- refería. Cuentan que cuando se enteró se rompió la camisa en jirones y  enmudeció durante años. Un buen día volvió en sí y fue como si no hubiera pasado nada. Creo que se enfadó tanto con la vida que se negó a dirigirle la palabra hasta que se gastó la locura y viendo que su tristeza no la llevaba con él, decidió volver a vivir, mando poner en su tumba una lápida de mármol blanco en la que inscribió un verso.

"Tu madre al recordarte / no tiene otro consuelo / que saber que has de esperarla / mirándola desde el cielo."


Cerca del pueblo, donde se acaba la carretera hay una ermita. Se accede a ella por un camino de tierra  vertebrado por un riate de hierba que a ella le encantaba pisar con los pies desnudos. La primera vez que la vi quitarse los zapatos y echar a andar por allí no daba crédito. Yo llevaba botas con unas plantillas muy incómodas porque mi madre se empeñó en que no tuviera los pies planos. Me prohibía quitármelas bajo la promesa de suplicios innombrables y aunque nunca creí  que cumpliría sus amenazas, no me descalzaba por si acaso. Nunca, excepto cuando siendo lazarillo de la Bisa la guiaba por aquel camino.

Hay placeres ancestrales que desconocemos hoy. Andar descalza por la tierra recién labrada es uno de ellos. El frescor de la tierra te recorre de los pies a la cabeza y la sensación de caminar sobre ella es de un placer inmenso. No hay nada comparable. No teníamos muchas oportunidades de caminar de aquel modo, sin embargo, alguna ocasión hubo de andar descalzas ahondándonos en la tierra hasta las rodillas. No es como pasear por la arena del mar, pero hay algo atávico en ello, la sensación de ser parte de este planeta, de religarse al inico, de formar parte de la naturaleza.

 

 Vamos, abre el libro por donde quieras y leeme algo.

Bisa, aquí dice "Civilización".

790. ¿La civilización llegará a depurarse hasta que desaparezcan los males que haya producido?
"Sí, cuando la moralidad esté tan desarrollada  como la inteligencia. El fruto no puede aparecer antes que la flor."

793. ¿En qué señales puede reconocerse una civilización completa?
"La reconoceréis por el desarrollo moral. Os creéis muy adelantados porque habéis hecho grandes descubrimientos e inventos maravillosos, porque estáis mejor alojados y vestidos que los salvajes; pero no tendréis verdadero derecho a llamaros civilizados hasta que no hayáis desterrado de vuestra sociedad los vicios que la deshonran y hasta que viváis como hermanos practicando la caridad cristiana. Hasta entonces no seréis más que pueblos ilustrados, y no habréis recorrido más que la primera fase de la civilización".


Bisa, ¿esto qué es? ¿Dónde habla de los espíritus? ¿Y la parte misteriosa?¿Dónde quedan las mesas parlantes?


No sé si ella entendía lo que se decía en las páginas de aquel libro. Yo era demasiado chica para entenderlo, pero entendiendo o no, lo leíamos a escondidas porque temía que nos lo arrebataran y para ella era la Biblia.

Algunas veces ella relataba historias de aparecidos que no producían ningún miedo, pero que siempre hablaban de una justicia reparadora que equilibraba los agravios y anulaba las deudas contraidas.   Entre ellas  apenas recuerdo la del  enamorado del violín y la de la  mendiga de Sevilla.

Mi Bisa murió con 97 años mientras tomaba un café a sorbos con su cucharilla de plata. La acompañé siendo niña como cómplice de sus creencias de las que nadie en la familia quería oir  hablar. Despues de su marcha el libro desapareció del baul como por encanto. En su habitación no volvío la luz a ser faro de difuntos ni en su casa se habló ya de espiritus ni de apariciones. Yo no la he olvidado y algunas noches, creo que en sueños, suelo escuchar el tintineo de su cucharilla de plata removiendo el café.



lunes, 3 de diciembre de 2018

La voluntad del pueblo

Cuando la  voluntad de un pueblo se basa en no perder, ya esta pérdido. Cuando la voluntad no es la de crecer, de buscar soluciones creativas y reales a los retos que nos plantea el futuro sino la de cerrar la mano y culpar a quienes nada tienen de venir a robar lo supuestamente nuestro solo nos mostramos como una ciudadania quejosa, llena de complejos, incapaz de salir de sí misma al encuentro de los otros. Una sociedad acomplejada y mezquina.
El miedo a perder es un sentimiento defensivo, un intento de controlar el futuro. Es un miedo que paraliza, es un lamentar el mundo sin asumir las propias responsabilidades, no creer en las habilidades sociales ni en la inteligencia y la bondad humana, es una falta de autoestima ciudadana que acaba por delegar en la violencia  su confianza en sí misma.Y no es una cuestión de odio, sino de indiferencia, de frialdad, de desprecio, de astucia.

El miedo a perder solo se supera con la voluntad de ganar y esta pasa por sanear nuestros miedos y complejos, por valorar nuestros recursos y por el compromiso con las personas, por la creatividad y la esperanza, por aumentar nuestra competencia para  resolver los problemas.
Podemos ser energicos, defendernos de los ataques externos, evitar la invasión de nuestros espacios sociales y culturales pero solo, solo cuando hayamos identificado al agresor. Confundirlo puede llevarnos a un suicidio colectivo.

Ayer

 Esconde tus manos, como si fueran garras de  usura, Esconde tu alma  como si fuera lodo feroz Oculta tus ojos, que nadie lea la vergüenza e...