miércoles, 5 de diciembre de 2018

El espiritu de mi Bisa.

Mi bisa era espírita, pero espírita totalmente convencida. Callaba lo que creía, según ella, porque los tiempos aún eran de carcel y cerrojo. La inquisición no está lejos,-decía- y tiene un olfato afinado. Al parecer  sus ideas destilaban un aroma a luz clandestina que ella no se podía permitir desvelar.

 
-Saca el libro del baúl y léeme un poquito, anda.
-Bisa, si se entera la abuela de que estoy en conciliabulo con usted, nos azalea a las dos. Ya sabe como se pone cuando escucha hablar del tema libro...
- No seas gallina, no llegarás muy lejos  siendo cobarde. Si haces caso a los locos acabas más loca que ellos.
-Pero, Bisa, si la que nos considera locas es ella.
-No sabe lo que dice, muchacha.  Siempre ha sido tan formal que no sé como puede ser hija mía. Porque cuando la parí estábamos las dos solas y no puede ser de nadie más, si no creería que me la cambiaron por otra.
-Lo mismito dice ella.
-Venga, ve a buscarlo y salimos andando despacito sin que nos vea.



 Cuando la conocí, o mejor dicho, cuando ella me conoció a mí ya cargaba 83 años y para cuando yo supe leer alcanzó los 90.  Era muy alta, no se parecía en nada a mi abuela, que era bajita y menudilla. Lo que no he llegado a entender nunca es el modo en que consiguió la abuela que la Bisa, ya sin filtros, dejará de hablar de los espíritus a todo quisque porque era su pasión. A escondidas me instaba a que preparara saumerios de romero cuando estabamos solas en casa para limpiar el ambiente o encendía lamparillas de aceite en un rincón de su cuarto para que no faltará la luz, decía.  Yo solía preguntar quién necesitaria la luz de aquel lebrillo, pero no siempre su humor soportaba mi ignorancia ni tampoco su paciencia. No era una mujer de trato fácil, pero destilaba el encanto de la autoridad insurgente que no se dejaba vencer a pesar de lo aparente.

 Encendemos luces para que los muertos no anden a oscuras, niña...

 No escapaba a la superstición por completo, en su mente la razón y la creencia se aliaban para darle certeza y la sensación de controlar el pequeño espacio de vida que ocupaba con una enorme intensidad.


La Bisa comía muy poquito y seleccionaba la comida con una minuciosidad desesperante. Siempre utilizaba la misma cuchara, una  pieza de orfebrería que le había regalado su marido durante el tiempo del noviazgo. Contaba que cada vez que reñían, la cuchara iba y venía. Era preciosa. Una cucharilla de plata con un aguila labrada en el puño. Cuando ella  terminaba de comer, la limpiaba cuidadosamente , la envolvía en un paño blanquísimo y la echaba a la faldriquera. La primera vez que la vi hacer aquello me quede estupefacta. No sabía de nadie que guardara su cuchara en el bolsillo. En mi casa mi madre recogía toda su cuberteria de alpaca en un cucharero de plastico azul  que, desde luego, tenía mucho menos estilo que la faldriquera de la Bisa.

Enviudó muy joven con 34 años. Jesús, su marido, no superó la epidemia de gripe del 18. Murió en la misma fecha en que la yo nacería mucho tiempo después. Tal vez por eso la bisa me miraba con buenos ojos. Ella creía en el destino y suponìa que desde el otro lado de la vida, los seres que se marcharon antes que ella le enviaban mensajes para que supiera que la muerte no habia roto el lazo que les unía. Cualquier hecho casual podía pasar por un guiño de los suyos.

Entre abortos y embarazos a término pudo concebir catorce veces, pero solo le vivieron tres hijos. Mi abuela, el tío Luis y Manuel. El más joven moriría  axfisiadao mientras trabajaba en un pozo a los veínte años. "Las miasmas pestilentes lo llevaron allí".- refería. Cuentan que cuando se enteró se rompió la camisa en jirones y  enmudeció durante años. Un buen día volvió en sí y fue como si no hubiera pasado nada. Creo que se enfadó tanto con la vida que se negó a dirigirle la palabra hasta que se gastó la locura y viendo que su tristeza no la llevaba con él, decidió volver a vivir, mando poner en su tumba una lápida de mármol blanco en la que inscribió un verso.

"Tu madre al recordarte / no tiene otro consuelo / que saber que has de esperarla / mirándola desde el cielo."


Cerca del pueblo, donde se acaba la carretera hay una ermita. Se accede a ella por un camino de tierra  vertebrado por un riate de hierba que a ella le encantaba pisar con los pies desnudos. La primera vez que la vi quitarse los zapatos y echar a andar por allí no daba crédito. Yo llevaba botas con unas plantillas muy incómodas porque mi madre se empeñó en que no tuviera los pies planos. Me prohibía quitármelas bajo la promesa de suplicios innombrables y aunque nunca creí  que cumpliría sus amenazas, no me descalzaba por si acaso. Nunca, excepto cuando siendo lazarillo de la Bisa la guiaba por aquel camino.

Hay placeres ancestrales que desconocemos hoy. Andar descalza por la tierra recién labrada es uno de ellos. El frescor de la tierra te recorre de los pies a la cabeza y la sensación de caminar sobre ella es de un placer inmenso. No hay nada comparable. No teníamos muchas oportunidades de caminar de aquel modo, sin embargo, alguna ocasión hubo de andar descalzas ahondándonos en la tierra hasta las rodillas. No es como pasear por la arena del mar, pero hay algo atávico en ello, la sensación de ser parte de este planeta, de religarse al inico, de formar parte de la naturaleza.

 

 Vamos, abre el libro por donde quieras y leeme algo.

Bisa, aquí dice "Civilización".

790. ¿La civilización llegará a depurarse hasta que desaparezcan los males que haya producido?
"Sí, cuando la moralidad esté tan desarrollada  como la inteligencia. El fruto no puede aparecer antes que la flor."

793. ¿En qué señales puede reconocerse una civilización completa?
"La reconoceréis por el desarrollo moral. Os creéis muy adelantados porque habéis hecho grandes descubrimientos e inventos maravillosos, porque estáis mejor alojados y vestidos que los salvajes; pero no tendréis verdadero derecho a llamaros civilizados hasta que no hayáis desterrado de vuestra sociedad los vicios que la deshonran y hasta que viváis como hermanos practicando la caridad cristiana. Hasta entonces no seréis más que pueblos ilustrados, y no habréis recorrido más que la primera fase de la civilización".


Bisa, ¿esto qué es? ¿Dónde habla de los espíritus? ¿Y la parte misteriosa?¿Dónde quedan las mesas parlantes?


No sé si ella entendía lo que se decía en las páginas de aquel libro. Yo era demasiado chica para entenderlo, pero entendiendo o no, lo leíamos a escondidas porque temía que nos lo arrebataran y para ella era la Biblia.

Algunas veces ella relataba historias de aparecidos que no producían ningún miedo, pero que siempre hablaban de una justicia reparadora que equilibraba los agravios y anulaba las deudas contraidas.   Entre ellas  apenas recuerdo la del  enamorado del violín y la de la  mendiga de Sevilla.

Mi Bisa murió con 97 años mientras tomaba un café a sorbos con su cucharilla de plata. La acompañé siendo niña como cómplice de sus creencias de las que nadie en la familia quería oir  hablar. Despues de su marcha el libro desapareció del baul como por encanto. En su habitación no volvío la luz a ser faro de difuntos ni en su casa se habló ya de espiritus ni de apariciones. Yo no la he olvidado y algunas noches, creo que en sueños, suelo escuchar el tintineo de su cucharilla de plata removiendo el café.



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