viernes, 22 de abril de 2022

Guerra y paz

 El ansia de poder no soporta el consuelo de la paz. Es un fuego que calcina sin llama, un humo espeso que lo carboniza todo. No hay agua que apague esa sed de agua de mar  ni el pozo lleno hasta la boca es suficiente para el corazón reseco que se ciega y se animaliza sin término. La sangre que cae de esas manos no se coagula nunca, jamás deja de manar en cascada infinita, arrasandolo todo tierra, mar, aire, nubes, soles, planetas.  No hay suficiente nieve en las montañas del mundo que aclare la tierra cuando esta cae en las manos de la  codicia y del ansia. Mata las flores, estropea los frutos, disemina su frustación en una siembra de horrores que no tiene perdón ni cosecha.

La muerte cuando es natural no tiene rostro, acaricia la mano de manera suave, sin artificio ni  prisa. No estruja el alma de quien parte ni arrebata el fututo de quien recuerda. Se permite mirar a los seres que cumplen su recorrido vital con la misma naturalidad que el aíre recompone el llanto que se inicia en  la inspiración de quien llega. Sin embargo la guerra, que pretende ser legitima, solo rompe el equilibrio del mundo, inclina la balanza de la injusticia hacia el terror y corrompe las almas que tizna de un negro profundo, oscurece la vida hasta convertirla en un lodazal de sangre y de  miseria intrasitable, irrecuperable y absurdo. 

Enloquece la esperanza, destroza la alegria, anula el futuro,  silencia la existencia con un estruendo atroz sin que nada lo justifique. Pretende excusarse en letras capitales y todo lo aniquila sin orden ni razón. 

La guerra es la sinrazón de los fanfarrones, de los enanos mentales,  de los vampiros pendencieros de la bondad y de la luz. La muerte no tiene rostro, pero la guerra sí tiene nombre. Lo que no tiene es plural porque siempre es la misma sierpe de cizaña envenenando el trigo de la buena gente. Detenta la autoridad del monstruo que le vive adentro y que solo refrenda  la indiferencia de los cobardes que blanquean su misera moral escudados en un poder que la naturaleza jamás les confirió. 

Mientras la justicia no reformule la ley sobre los abusos cometidos, mientras la tierra mantenga los huesos carcomidos de los inocentes en su seno sin sepultura digna, no habrá paz perdurable ni seguridad en la hacienda ni esperanza para nadie.  Por mas que se trate de ocultar la atrocidad bajo los mantos de piel cibelina, el olor de la impostura se extenderá sin remedio. El tiempo marcará con su paso inexorable el ciclo de la recuperación, pero si la humanidad no recompone la sinrazón cada poco se levantará un lider que anuncie poder y privilegios para unos pocos que retomaran las armas de la barbarie en un ciclo infinito. Darles oídos será manchar de nuevo la blancura de la paz con el barro del terror. 

Niguna generación queda libre de atropellos, pero sí puede ser educada para apegarse a la compasión, a la equidad, a la generosidad que la paz ofrece siempre a los corazones pacificados. Se hace necesario recordar que el  bien que no hacemos nos intoxica y que los valores de la paz no se concretaran nunca  por la comodidad o la indiferencia.


miércoles, 20 de abril de 2022

Su grito

 Su lamento era un desgarro en la oscuridad,

en la intemperie  no existe la luz

ni la lluvia es bastante para apagar el descomunal incendio

sin medida del dolor.

En el secarral fue un pajaro sin alas

que batia sus huesos sin entender porque no volaba.

La guerra  reventaba por dentro y

explotaba por fuera con una  metralla era tan abrasadora

que la tierra se abria en un canal volcánico  herida, arrasada, muriente.

No quedaba hilvan alguno en el cerebro.

El vendaval rugia,

la fiera se desperezaba y al entreabrir los ojos

la rocalla interior despertaba más cruel y más odienta.

No hay carroña bastante para tanta hambre sedienta de espanto.

La puerta giraba y  el horror del mundo invadia la sala

como un derrumbe de montaña, como si  un terremoto atronador hubiera

despedazado el monte y piedra a piedra lapidara  sin clemencia nuestra lápida.

Asi era el cenagal de desprecio y furia que arrasaba cada dia nuestra cocina,

nuestra vida, nuestra alma.

 El corazon en brasas vivas

luchando entre la niebla y el olvido no consigue guarecerse de tanto odio inutil

salvo cuando el tul de algodon blanco y seda delicada rozaba con su voz tierna y gentil

nos retornaba al nido y nos cubria con sus plumas dulces.

 Era su mirada tierna el agua fresca en la ardencia de la llaga inmensa,

el perfume que recompoe el hedor de la sangre descompuesta,

 el nido de la cumbre ártica, el gel luarizante en la cicatriz carbónica.

El antidoto al veneno, el canto en la media noche, la templanza en la tempestad,

 la luz que derrama el sol recien nacido para aliviar todos los dolores de la noche.

Ayer

 Esconde tus manos, como si fueran garras de  usura, Esconde tu alma  como si fuera lodo feroz Oculta tus ojos, que nadie lea la vergüenza e...