jueves, 5 de noviembre de 2020

Diego y la enseñanza

Diego dice que no quiere ser profesor, a pesar de que quien lo escucha lo sugiere con vehemencia, alega que el despacho de su madre (que sí lo es) se encuentra repleto de tantos papeles que necesita una brújula de  madres para poder localizarla en la habitación.  Se queja, amargamente, del tiempo que ella dedica a su trabajo y no a él. No  desea pasar su vida corrigiendo exámenes, enfrentándose a preadolescentes complejos, a padres enfurecidos ni se ve  defendiendo su honor delante de una sociedad que  lo estigmatizaría por motivos que él no comprende. Aunque intento explicarle que no existen labores sin contratiempos ni contraríos, es difícil convencerlo de que la vocación de enseñar, de ayudar a aprender es tan amplia que no puede resquebrajarse por la ignorancia a veces maliciosa que siempre la rodea. Quien enciende una luz, le digo, es la primera persona en beneficiarse de ella. En medio de la oscuridad del carbón es dificil no tiznarse alguna vez. No hay formación que espante  la compleja ignorancia de quien no se educó a sí mismo. Se educa y se instruye aunque la labor no es menor.

 
Educar no es un trabajo mecánico, no consiste en fabricar mecanos de chapa, ni formar parte de una máquina donde el  humano sea la herramienta por la que menos se paga.


Aprender no es un verbo que pueda conjugarse a placer ni con facilidad.

 Aprender es como respirar, imposible dejar de hacerlo mientras el cuerpo se mantiene vivo. Ambos verbos son mellizos. En muchos lugares se habla de la educación como la salvación de todos los males y sin embargo, la mezquindad anda perturbandole el sueño por la envidia de unos días de vacaciones que se valoran más que la formación de seres que más importan. La seriedad tiene mala prensa, teñida de un cierto olor a rancio (rancio jamás se conjuga con aroma) a tedioso cuando la frivolidad es tan amena. No se improvisa un buen profesor, no se improvisa el conocimiento ni la pedagogia. Desprestigiar a quien sabe y quiere educar a quien vive en  la ignorancia se requiere prestigiarr la ignorancia, valorar la insensatez, la picardia de aprovechar los recursos que no se han generado por merito propio. Ser más listo que los inteligentes se convierte en un valor a seguir. Recuerdo a una compañera que siendo muy niña defendia su ignorancia y su astucia diciendo que hay listos que tontos son y tontos que listos son. Y esa siembra da entre sus frutos el desprecio y el desprestigio de quien se educa y se da a quien desde la soberbia no quiere reconocer su ignorancia. Educar es valorar el futuro y creer en él.



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