lunes, 13 de enero de 2020

Carta para Ana.

Querida, Ana, (ya ves que comienzo) creo que nunca antes había encabezado un carta para ti de ese modo. Lo mismo sí, pero no me recuerdo yo tan cariñosa.

Voy a permitirme escribir una carta para ti una vez más. Hace poco tiempo alguien me pidió que le enviara un texto manuscrito, la verdad es que me incomodó bastante, me provocó una gran pereza transcribirlo, no obstante, se trataba de algo importante y me obligué;  comencé caligrafiando sin ganas y acabe con pena por dejar el lápiz. Hacía tanto tiempo que solo escribía en el teclado del Pc que no recordaba lo placentero que puede escribir con tinta.

Pergeñar una carta tiene un punto de intimidad que no destilan los mensajes digitales: el ceremonial que antecede a la escritura como prólogo de lo por decir; preparar el papel; encontrar el lugar y el momento apropiado;  serenar el alma de lo cotidiano y adentrarse en una relación íntima con el ser a quien se comienza a pensar desde que el proyecto se plantea  permite una conexión en el éter de los afectos de un modo que, esa es mi impresión, dice mucho más que el contenido, es más rico, se le imprime un aura a lo dicho en el renglón escrito y en los espacios que lo circundan que también nos dice, nos revela. Al fin y al cabo, el "New Times Roman" nos ha uniformizado a todos, y  qué narices, a veces es necesario una linea desigual...

Esta vida rápida descarta lo artesanal, perdiendo lo íntimo, el temblor del renglón, la firmeza de la tachadura por encima del error o de la duda,  el escalón del punto y a parte,  la letra marcada por la emocion...en ambiente estéril no se echa sal al puchero y lo cocinado es comestible, pero indiscutíblemente, mucho meños sabroso. 

 Recuerdo cuánto me emocionaba escribir cartas para ti, que parece aunque no es escribirte. Establecer esa comunicación que crea lazos a pesar de los nudos de la distancia. La conexión del pensarse, esperarse, desearse y recibir. Al fin y al cabo, escribir no es más que materializar pensamientos, sentimientos, deseos. La caligrafía del afecto siempre es distinta. Trata de ser más clara, más cuidadosa, más cercana  y de esos mimbres estas cartas.

Sigo echando de menos nuestras conversaciones, leerte en la dedicatoria del libro despertó en mí una nostalgia muy viva del contenido y del continente. Tu letra, que tan bien conozco, entró directamente por el camino que trazamos hasta esa emoción  confortable de la ternura compartida de la infancia y del primer ser consciente de la juventud. Fue como ponerse de nuevo la camisa blanca de algodón suave y reconocer el aroma de la piel nueva.

Reconozco que me han pesado los puntos y aparte, que cerré una puerta que tú no quisiste o no pudiste atravesar, que el dintel que te esperaba se desconchó y el umbral se humedeció sin remedio. Será culpa de la ley de entropía la que degrada sin aviso las casas cerradas. Es curioso como la convivencia en un lugar no trae la ruina de una puerta cerrada por donde ya no pasa el aíre.

Dejas en mis manos la responsabilidad de soportar tu huida cuando dices que te conozco mejor que si te hubiera parido, y esto no es mérito mío. Nos acompañamos entonces como siempre, cuando la perdiste tan temprano que no quedó  oportunidad de dejarte ver crecida y ser querida por algo más que los genes. Sé que sigues buscándola a pesar del tiempo transcurrido y que vuelves la cabeza intentado ver sus ojos y su gesto de amor, que necesitas su consuelo cuando te raguñas las rodillas en el alquitrán  y su beso de buenos días cada mañana. Sé de tus temores, de tus caídas y de tu orgullo; de como niegas tus dudas y como golpeas cuando te ves descubierta en una esquina del "por ahí, no". Siento que te comprendo mejor incluso que a mí misma cuando te leo y me inunda el alma esa sensación de ternura inmensa que quiero creer que no se llame dopamina, serotonina ni otra sustancia neuronal. También sé que no puedo volver a abrir la puerta que ya cerré porque ni existe la cerradura ni tengo la llave, pero sí sé que se puede  comenzar a construir desde otro lugar, desde otro jardín sin muros que  no permita que el  cierzo arruine las semillas pequeñitas del semillero nuevo,  sin tibiezas ni medias tintas.

Sé que te sigo queriendo, que no deja mi corazón de solazarse cuando te encuentra, que en mi vocabulario sigues formando parte de la primera estrofa  y que no es el "te quiero" final de una dedicatoria a lápiz la que te trae a mi trayectoria desordenada otra vez. No soy la misma, no estoy en el mismo lugar ni puedo dar lo que tú me pides, pero puedo ofrecerte un hueco en el embarcadero, las flores vivas del jardín de mi casa y una taza de café junto a la chimenea cuando la necesites desde la amistad y los cincuenta años que de algo habrán servido para ti y para mí.

Un beso, querida Ana.








2 comentarios:

  1. Una carta escrita con el corazón y que me trae muchos recuerdos propios.
    Un beso.

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  2. Opino como Carmela, me he sentido escritora y carteada. No hay diferencia.

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