martes, 19 de noviembre de 2019

Se venden cosas

Por fin nuestro trabajo dio sus frutos. El semillero de tomates produjo una buena cantidad de plantas y las enterramos en el huerto después de abonar la tierra y darle un riego importante. Las trasplantamos a raiz desnuda y tardaron un poco en enraizar. Conforme iban pasando los días una incertidumbre tomó cuenta de los niños que no creían que aquellas plantas verdes sin una flor fueran tan fértiles como yo les había contado. Por fin un viernes apareció la primera flor amarilla en lo mas alto de un acodo. Fue un momento de esperanza, pero de breve esperanza porque solo había una. Como los peques no tienen el sentido del tiempo adulto, transcurrió a su parecer una eternidad o dos vidas hasta que por fin aparecieron más flores y tras algunas semanas los primeros tomates.

Nada indicaba en la apariencia de las plantas que los frutos fueran a ser los que han sido. Unos tomates enormes, rosados y exquisitos. No recordaba una cosecha igual de lustrosa y abundante. Claro con tantos tomates acabamos con los frascos de cristal que guardamos del invierno envasando tomate natural, frito, con pimientos, mermelada de tomate...y los quisimos poner a la venta.

Laura no estaba muy convencida de mis dotes de vendedora, porque afirma que regalo más que vendo y que de esa manera no nos haríamos nunca ricas, pero yo alego que al principio de cualquier negocio hay que crear una campaña de marketing y prever unas pérdidas hasta que el negocio funcione. En toda empresa hay saldos negativos hasta que se revierte el proceso. No la convencí de ninguna de las maneras. A lo que sí accedió fue a acompañarme a montar el puesto en el mercado y a elaborar el cartel que anunciara nuestros tomates.
Como la licencia de venta para mercado iba a llegar después de la temporada de verano y para entonces ya no habría producción, pensé en sacar a la calle una bonita cesta con los tomates y el cartel de "Se venden cosas" que utilizamos a veces cuando instalamos el tenderete de cuentos y poemas  con los que obsequiamos a nuestras vecinas algunas tardes. Al cartel hubo que añadirle el nuevo producto y  quedo muy chulo: "Se venden tomates" con un diseño estupendo. La vocal redonda impresa con la forma de uno de ellos. Y una pequeña apostilla a continuación del título: "Los vende mi tía".

Pero, por qué has escrito eso, Laura. Si vendemos la cesta, las ganancias las repartimos por iguales partes. Tú también eres vendedora.

-¿Pero cómo voy hacer yo eso? Qué soy una niña!!!! No tengo 18 años y es ilegal vender tomates sin licencia. Vamos a ir a la carcel!!!!

Eso no va a pasar, ¿cómo va a pasar eso? Yo pago un impuesto que me autoriza a vender los productos del campo que trabajo, no hacemos nada ilegal. Y tú me estas acompañando aquí sentada mientras vienen las compradoras. No hacemos daño a nadie. No estamos cometiendo ningún delito.

¡¡¡Qué no puedo vender tomates!!! ¡¡Qué soy menor!! No quiero ser ilegal!!!

Bueno, pues no me acompañes, ya los venderé sola, aunque mientras que estoy en la calle, puedes sentarte a mi lado, porque no conozco a nadie que pueda cuidar de ti mientras me enriquezco como el Avecrem.

Por fin, salió con una silla  y se quedo a mi lado, más bien cerca de mí, porque lo hizo como a cuarenta metros y solo después de hacerme firmar un papel escrito por ella en el que decía: "Si pasa algo toda la culpa es de mi tía".

Cada vez que  alguien se acercaba al puesto, ella se hacía la longuís mirando para otro lado hasta que veía relucir las monedas y en cuanto se marchaba la clienta se acercaba a comprobar nuestras ganancias. Naturalmente, tuve que repartir  con ella los pocos euros que conseguimos, pero solo después de hacerle firmar un documento parecido al suyo que decía: "Si alguna vez soy rica tooooooda la culpa la tiene mi tía...", por si algún día la pilla Hacienda. -Guiño.- Fin




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