jueves, 1 de agosto de 2019

ECC 19 Manuscrito R.

Cuando Ros me propuso que nos reuniéramos uno de los días de feria para que pudiera darme en mano un manuscrito recién salido de su tinta, no puedo menos que decir que me sorprendió profundamente,  porque con Roberto  coincidí hace unos años en un taller de lectura y escritura que duro un verano y creo recordar que tomamos una cerveza una tarde de la feria de aquel mismo año. Nunca más había vuelto a saber de él hasta ese día.
 Roberto escribe maravillosamente. Durante el tiempo que duró aquel taller de escritura me fascinaron sus poemas, sus  canciones y sus relatos cortos. Siempre me quedaba con ganas de más. Yo diría que Roberto tocaba piel en cada renglón que escribía, y provocaba en mí la necesidad de continuar bebiendo de aquel agua que vertía con tanta fluidez y con tanto encanto. Creo que desde entonces me hice adicta a sus letras.
Cuando nos vimos, le pedí como pide Zenet en una de sus canciones, "que me dejara presumir de él un ratito". Y no se hizo rogar. Hablamos de muchas cosas, de lo humano más que de lo divino y creo que esa retroalimentación que a veces brota entre  los seres sin necesidad de hilos rojos, ni de artificio alguno generó una corriente de humanidad y de cariño que recompone el alma desde la serenidad y la sencillez de unos versos y un buen vino.
No puedo decir que haya leído con gusto su manuscrito, porque en realidad me lo he bebido sin dejar una gota. Hay libros que se viven. Cuando hablábamos sobre literatura y me preguntaba que busco en los libros, le respondí que lo que busco es un texto que me conmueva, que destroce las cuadernas que habito de tal modo que ya no sea posible volver a vivir como lo hacía hasta ese día. Es algo que rara vez sucede, pero doy fe de que existe y los relatos que tuve el honor de disfrutar en primera persona, me sacudieron de una manera brutal, y no es fácil removerme ya. Me conmovió profundamente su lucidez y su arte con la palabra. Lo que cuenta y como lo cuenta. Me zarandeó en muchas de mis vivencias y cuando cerré el libro,  yo concluí una etapa de mi vida. No seré nunca la misma. Lloré en muchos de los relatos. Me conmoví profundamente y  cuando terminé de leerlo, me di cuenta que a pesar del llanto no me permitieron sus palabras llorar como quienes lloran sin esperanza. Fue una demolición controlada y una reconstrucción al mismo tiempo, porque si su fuerza es brutal su cuidado es aún mayor.

Espero que lo publique y pueda compartir todo ese campo verde con quienes estamos tan necesitados de valentía y  de valor.



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