Hay cicatrices que restañan lejos del cuerpo,
que reencarnaron entre paredes y ventanas otras
en ciudades lejanas a su primer dolor.
Hay cicatrices travestidas de un querer que no les perteneció por derecho.
Hay cicatrices de latido errático
que cierran bares y abren terrazas que dan al sur,
embocadas,
llenas de prisa que corren hacia lugar ninguno.
Hay cicatrices que se sorben de un trago en vasos de cuello estrecho y hielo amplio.
Hay cicatrices que llevan su nombre y no duelen porque ya no están vivas.
Hay cicatrices que llevan mi nombre y cierran cada amanecer.
Hay cicatrices que viven lejos y sueñan largo,
que ecóan en asonante las dos últimas sílabas de un tatuaje.
Hay cicatrices que en cueros vivos son el látigo de un alma muerta.
Agujeros negros que lo niegan todo y no destruyen nada, porque nada dejaron que destruir.
Hay seres cuya piel no es reparable, cubierta de la escama dura del reptil.
Epidermis que no sienten la ventura del sol ni el rasguño de la roca.
Pieles que no voy a nombrar, porque lo que no se nombra deja de existir.
No existe más.
Son pieles muertas.
Hay heridas que no dejan surcos de amargura porque las alivian abrazos que lo curan todo.
sábado, 13 de julio de 2019
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