miércoles, 17 de abril de 2019

Instinto de supervivencia

Siempre he creído que escribir, pintar, tomar fotografías, crear música o cualquier otra actividad que desenfunde de lo corriente al alma que nos habita es una ocupación, además de gustosa, terapéutica. Dejar a un lado lo habitual, lo rutinario, lo seguro para adentrarse en el cerebro creativo o en  el alma más honda y desconocida de nosotros mismos en dirección a no se sabe qué, ayuda a desembozar al  personaje para adentrase en la persona. Aunque "persona" venga a significar 'máscara', en este caso lo utilizo como todo lo contrario, como modelo original que late por debajo de la tierra conocida.

Probablemente, escribir se haya convertido en una terapia más a utilizar para descomprimir los canales de esa sabiduría ancestral que no habla el mismo idioma que la tecnología, pero que se manifiesta sin pudor en cuanto encuentra al papel sin ataduras.

Algunos de mis textos fueron  para mí en el momento de escribirlos algo así como  seres incomprensibles, extraños a los que reconocía como propios por el olor, pero que hablaban a un "oído" que no era aún capaz de captar los matices más sutiles de la realidad que describían.

Dicen que el cerebro comienza por desarrollar el olfato como el primero de los sentidos, por lo tanto, el más ancestral, convertido de ese modo en la primera herramienta de supervivencia que nos avala.  Antes de beber cualquier líquido o probar cualquier alimento, por muy apetecible que resulte a la vista, primero se huele. Tal vez el cerebro sabe que la vista es demasiado ingenua para descubrir verdades y peligros, de modo que todo pasa por instinto, por el tamiz de la nariz.

Aún cuando mi mente inconsciente no pudiera hablarme con la claridad de un idioma conocido no dejó nunca de mostrarme la imagen de la realidad más allá de mi propia percepción.

Nada nos ama tanto como nuestra propia alma. Sin cansancio, sin censura, sin pausa guió mi mano en el papel dibujando la realidad en el lenguaje más primario. Y ahora, después de haber disipado la niebla espesa que aturdía mi desconcierto, por fin, puedo ver lo que siempre trató de decirme y la manera en que  me protegió sin que yo misma fuera consciente de ello. Todo lo que nos sucede se graba de alguna forma en nuestro espíritu. La vida no escribe en la arena, grafía en  piedra y allí queda para los que vendrán a necesitarla un día. Todas las experiencias suman en un inconsciente colectivo que crece con cada aprendizaje y evoluciona en sí mismo con todos. Sé lo que sé porque alguien lo supo antes que yo. Y alguien vendrá a saber de aquello que necesita por la letra con la que contribuyo a plasmar en la piedra en la que escribo, porque yo, como la vida,  tampoco escribo en la arena...


1 comentario:

  1. Me ha encantado esta entrada, lo que dices y cómo lo dices. Y creo que es así, tal como dices.
    Gracias y un beso.

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