sábado, 14 de julio de 2018

EEC3 Sobre la ceguera

Aquel día en que estos dos soles azules se inundaron del mismo mar,  desperté con una inquietud extrema dentro de mí. No sabría decir en que consistía, pero no me abandonó durante toda la mañana.

La sal penetró en mis cuencas con un dolor de cuchillo  y lo que había sido tierra fértil y abundante se seco como por encanto convertido en el desierto estéril de mis ojos de hoy.

Durante muchos meses permanecí inmóvil. No sabía como moverme, hacia donde caminar, en que manos dejarme caer. Solo los brazos de mi madre me sostuvieron lo bastante como para que de aquellas enormes debilidades crecieran fortalezas mayores.

Mi habitación es un receptáculo de diez metros cuadrados que se da al sur. La luz me despierta todas las mañanas del verano y del invierno. Basta que modifique la orientación de mi cama para que no necesite despertador.

Mi ropa de cada día se encuentra encima de una cómoda de madera de roble antiguo. Fue  herencia  de mis abuelos paternos cuando era muy niña. Era una pieza del mobiliario de la casa grande. Aquella casa inmensa llena de misterios inquietantes para una niña ínfima. Sentía una especial fascinación por la cómoda de la habitación de los abuelos. Era el único mueble con llave. Una llave que guardaba la abuela con una cinta en su cuello. Era como para fascinar. Aquellos cajones inmensos donde podrían esconderse todos los secretos de la familia mezclados con las sabanas de hilo, de organza, los tules, las sedas, el algodón sevillano.

Al principio, cuando todo era negrura, mi vida se vivía sola, sin mi. No contaba conmigo, el cuerpo vegetaba en una mente que no dejaba de cegarse a si misma, sin ver ni siquiera de manera figurada, donde estaba la luz.

La bragas en la esquina izquierda. Siempre coloco la ropa de la misma forma, en el mismo orden. Ha sido ese orden lo que me ha salvado del caos inicial. Puede parecer una simpleza, pero no es así. En el desorden caótico de mi vida vidente  solo existía un Big Bang diario. Después, sin el orden no cabía ni la posibilidad  de vestirse medianamente bien.

Mi armario se convirtió, como mi vida, en una secuencia en blanco y negro.  Toda mi ropa era de ese color. Pantalones negros y camisas blancas. Yo que siempre fui de colores y flores, limite mi ajuar a los colores neutros. Tenía miedo a ir vestida como un fantoche, como esas mal vestidas que mezclaban lunares y rombos. De modo que solo me permitían el color en la ropa interior. Bragas de colores, de flores, de rayas, de rombos, lunares azules, rojos, verdes... Nos reflejamos en nuestra piel vestida. Yo me sentia viva por dentro y muerta para fuera. No está bien, pero hubiera sido  peor al revés.

Recorro los muebles con los dedos. Es increíble cómo, pero aparecen retinas, coroides, cristalinos y corneas en la piel y en los sentidos. Ahora las niñas de mis ojos son las yemas de mis dedos. Y no tengo dos, sino diez. Con ellas puedo seguir viva, conocer, recorrer otras pieles, leer.
Leer me ha salvado de la mezquindad de una vida a ciegas.
El olfato se ha elevado a infinita potencia. Casi que puedo intuir el aroma del escritor, la intrahistoria del argumento. Sin embargo, ese potencial es un horror cuando me acerco al pantano. Nunca me acerco demasiado al pantano, prefiero el rió vivo y bravo que corre cerca de casa,  aunque el pantano...

Las bragas no son difícil de colocar. Las costuras del interior se distinguen con facilidad. No necesito sujetador, mi pecho es suficientemente firme para mantenerse libre.
A las camisas les colocaba un alfiler, para distinguir el laz del revés y los calcetines no siendo de izquierdas ni de derechas no necesitan marca como los zapatos. Las medias son muy suaves en la parte del exterior y se descubren fácilmente. Para los pantalones recorro las costuras don los dedos y busco la bolsa de los bolsillos para saber por donde vestirlos  y el sombrero me busca a mí prácticamente  forma parte de mi cabeza.

No llevo gafas.  No me sirven para nada. Mis ojos glaucos se arrellanan a la sombra del ala blanca del sombrero cada día. Y salgo a la calle con mi bastón sabio y el alma de mi vida que se llama Tron.







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