Nunca me gustaron los huesos de santo. Solo el nombre produce rechazo en mis salivares y un pequeño espasmo en la entrada del estomago. Ya sé que solo alude a un nombre de dulces, y que un nombre no sabe a nada o al menos así debería ser para mí que no soy Serrat ni tengo una novia que se llame María, pero mi imaginación es libertina y ha conocido a sinestesia antes que yo.
Alguien me contó una vez, que los huesos de santos eran milagreros y algún devoto (poco amante de los votos), dejaba codillos de santa cerca de la mesita de noche, así, como si se tratara de yemas de Ávila y a modo de aspirina. Imagino que cualquiera que supiera de tales manías no daría un crédito al santero.
Ahora algunos enterradores de la cultura se dedican a desenterrar huesos de escritor. No sé porque se empeñan en encontrar al genio entre sus metacarpianos cuando basta leer su obra para tropezarse con su alma. Y menos mal que no los han encontrado incorruptos, sino mortales y carcomidos como los de cualquier ignorante medio. Imagino que de otro modo hubieran podido santificarle y hacerle patrón, que sé yo, de los jugadores de pádel que sufren mucho de codo de tenista. O de los Sin beca que acabarán remando en galeras.
Lo que más me asombra es que quienes se interesan tan vivamente por los huesos de escritor desprecien los de quienes no han merecido ni unas letras con su nombre en la lápida de un cementerio y andan desperdigados entre caminos suspensivos que pisamos sin poner un punto final digno a su historia. A la de todos.
Y se podrá argüir que los dineros son pocos, que este es uno y aquellos muchos, que uno fue Oro de un Siglo y estos plomo de espanto de menos de cien años, que aquel fue un escritor de universales historias inventadas y estos solo "historia viva de España".
No sé, pero imagino que si quienes hoy buscan a Cervantes con tantas glorias públicas creyeran que los mismos españoles enterrados en nuestras cunetas lo estuvieran, que sé yo, en Cuba, por ejemplo, no habría día sin reclamo de la dignidad patria. Y son los mismos. ¿ O no?
Una paradoja más, don Miguel, ¿no lo cree usted?
viernes, 20 de marzo de 2015
miércoles, 18 de marzo de 2015
viernes, 13 de marzo de 2015
martes, 10 de marzo de 2015
domingo, 8 de marzo de 2015
8 de marzo 2015
Cuando era niña y me preguntaban que quería ser de mayor, solía responder que yo de mayor quería ser soltera por el mismo motivo que al comenzar a hablar era normal decir "he dicido", "he hacido". Casi todos los adultos reían cuando me escuchaban porque de alguna manera entendían que se escondía detrás de aquella gracia, y lo subyacente era conocido por todos y lo escondido algo muy serio.
No se refería aquella niña al estado civil como profesión, aunque en realidad bien lo hubiera podido ser, porque si miraba alrededor no encontraba profesión de mujer a la que aspirar que no fuera la de casada o viuda. Las mujeres realizaban aquella actividad del matrimonio como un "todo en uno" que incluía todas las posibles etiquetas sociales.
"Ser hija de...", "novia de...", esposa de...", "madre de...", "abuela de..." Siempre algo de alguien.
Las mujeres no tenían nombre propio y desde la pequeñez de la infancia era posible descubrir las irregularidades tanto de la vida como del lenguaje.
Yo no quería pasar por la vida que mi madre pateaba ni por la que veía arrastrar a mis mujeres. Yo quería ser libre como lo era mi tía. Y mi tía era soltera. Y ello implicaba trabajar fuera de casa y aquella independencia económica, si bien no la libraba de la supervisión de sus hermanos, si le permitía un respiro, una libertad que yo desde mi niñez entendía como deseable, pese a que la educación social y familiar pasara por hacer desear un vestido blanco y un altar al tiempo de huir de la poco deseable etiqueta de "solterona"
Todo el proceso de lucha que acompaña la búsqueda de respeto e identidad sigue en pie, abierto desde perspectivas que incluso hoy pasan desapercibidas de tan respiradas.
Desde la perspectiva de género hasta un libro de matemáticas es un espejo de aquello que no se ve y que nos va a todos, porque la salud social e incluso individual del conjunto pasa por darse cuenta de que precio se paga por ser hombre y por ser mujer envueltos en una nube normada por otros, para otros tiempos y otros cuerpos.
El emperador va desnudo. Los niños lo ven.
No se refería aquella niña al estado civil como profesión, aunque en realidad bien lo hubiera podido ser, porque si miraba alrededor no encontraba profesión de mujer a la que aspirar que no fuera la de casada o viuda. Las mujeres realizaban aquella actividad del matrimonio como un "todo en uno" que incluía todas las posibles etiquetas sociales.
"Ser hija de...", "novia de...", esposa de...", "madre de...", "abuela de..." Siempre algo de alguien.
Las mujeres no tenían nombre propio y desde la pequeñez de la infancia era posible descubrir las irregularidades tanto de la vida como del lenguaje.
Yo no quería pasar por la vida que mi madre pateaba ni por la que veía arrastrar a mis mujeres. Yo quería ser libre como lo era mi tía. Y mi tía era soltera. Y ello implicaba trabajar fuera de casa y aquella independencia económica, si bien no la libraba de la supervisión de sus hermanos, si le permitía un respiro, una libertad que yo desde mi niñez entendía como deseable, pese a que la educación social y familiar pasara por hacer desear un vestido blanco y un altar al tiempo de huir de la poco deseable etiqueta de "solterona"
Todo el proceso de lucha que acompaña la búsqueda de respeto e identidad sigue en pie, abierto desde perspectivas que incluso hoy pasan desapercibidas de tan respiradas.
Desde la perspectiva de género hasta un libro de matemáticas es un espejo de aquello que no se ve y que nos va a todos, porque la salud social e incluso individual del conjunto pasa por darse cuenta de que precio se paga por ser hombre y por ser mujer envueltos en una nube normada por otros, para otros tiempos y otros cuerpos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
La madalena de Proust: una percepción evoca un recuerdo intensamente
A veces, cuando el duelo termina, cuando se acepta la pérdida y la alquimia del tiempo transforma la ausencia en nostalgia, el recuerdo s...
-
Las mujeres han existido desde siempre, como las vasijas y el ajuar; un poco menos que los árboles y las gallinas y un poco más que las es...
-
"Sentí un estremecimiento en el estomago, quede trémula, me desoriente con las palabras, la respiración se torno jadeante, el corazón s...
-
Hay imagenes que se graban especialmente en la memoria y se graban tan bien que sorprende. El recuerdo de esta historia vista en 1989 esta...