Hay historias y recuerdos que guardamos en el alma y de los que no conocemos ni la forma ni la verdad late en ellas por la sencilla razón de no haberlas compartido nunca con nadie. Semillas y raíces profundas que esperan la luz tierna y la tierra generosa de unos ojos profundos que nos ofrezcan espacio y tiempo para lanzarlas al viento de marzo, para permitir que se eleven y elijan la tierra más afín a su esencia para ocupar su lugar en el mundo. Un día en un ambiente de confianza se nos permite darles alas y taquigrafia para sacarlas de lo hondo de la placenta oscura hacia la calidez de la luz.
Y aquella historia que encajaba perfectamente en el puzzle de nuestra memoria toma vida propia y ya no nos condena. El recuerdo se toma la libertad de elegir su camino, se legitima a ser relato con derecho propio, se permite seleccionar escenografía, respiración, latido y su lugar en el mundo.
Esas experiencias vienen de nosotros pero no son nuestras, no nos pertenecen, se mecen en el agua lustral (bendita) de la sensibilidad de nuestra alma y crecen a nuestra vera, pero no pueden permanecer todo el tiempo a nuestra sombra.
Para saber quienes somos necesitaremos conocer las raíces que nos sostiene y el alma que nos puebla `para entender a que estirpe pertenecemos. En nuestros genes habitan las miserias de la humanidad, pero también el coraje y el valor de los seres nobles.
Un día, alguien nos pregunta por quienes eran nuestros héroes de la infancia y aparecen las epopeyas de la familia y los relatos que escuchamos de sus bocas en el tiempo en que convivimos con ellos. No, no eramos conscientes de su valor, pero comenzamos a darles vida y la emoción nos invade. Nos inunda de tal modo que no podemos contener las lágrimas. Quien nos escucha se convierte en un espejo que nos refleja y no nos cambia el sentido pero nos permite vernos desde afuera y desde una prudente distancia podemos entregarnos mejor a nuestra biografía. La vida nos regala entonces una emoción que nos conecta a través de un hilo de amor que sin saberlo nos quiebra y al mismo tiempo nos recompone.
La técnica del curandero es importante pero sin su compasión no sana la herida.
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