Llevo siete meses sin fumar, pero desde hace unas semanas me nace un deseo intenso de volver hacerlo. En mis monólogos me repito una y otra vez que no necesito más humo en mi vida, que lo que añoro es el deseo de tranquilidad o sencillamente que tengo necesidad de consuelo. 'No quieres el humo, no necesitas el humo, solo la tranquilidad', que vete tú a saber por qué ha decrecido en los últimos tiempos e identificas con el tabaco. No quiero humo, quiero alivio de alguna presión interior que trata de guiarme a mis caminos tranquilos y a los que me resisto a volver.
De nuevo el canto de las sirenas.
A veces recuerdo que energía, que fuerza y que alegría me acompañaba cuando estaba cerca de ella y de que manera me resultaba fácil salir de mi e incluso ser yo misma sin ningún compromiso con la precaución, sin más necesidad de máscara, disponible, exenta de juegos complicados o competitivos, libre sin más. Cuando lo recuerdo tengo que resistir el impulso de equivocarme otra vez, de volver a engañarme creyendo que esas sensaciones las traía ella en la maleta, que eran suyas. Y no, sencillamente siempre habían estado ahí, en algún lugar de mi interior, ella solo tuvo que leerme para saber donde estaba el interruptor.
Sé que no se lo ha podido llevar, pero me da la impresión que lo cambió de lugar o que he vuelto a cerrar los ojos y ahora no lo encuentro.
Todo se resume en que se me han caído los palos del sombrajo y no sé donde coloque la caja de herramientas la última vez. Soy una ingenua pensé que no las necesitaría de nuevo.
Voy a tatuarme en un lugar bien visible para recordarlo a diario, que lo que busco y necesito es la leche, no la teta.