A veces, cuando el duelo termina, cuando se acepta la pérdida y la alquimia del tiempo transforma la ausencia en nostalgia, el recuerdo se engarza dentro del alma en una sinergia tan profunda que nos une al ser querido de una manera tal que aún estando afuera vive adentro. Sin embargo, el calendario corre, se afana y todas las experiencias compartidas comienzan a asolarse al fondo hasta que un día sin saber cómo una memoria restaña en las raíces y súbitamente una emoción, una descarga eléctrica nos sacude, conmueve y estremece.
Aquello le
sucedió a ella, algo que la arrebató, un remolino de gozo que no
encontraría en su vocabulario otra palabra que el término, "duz" para
hacerme entender la emoción que la anegó aquel día cuando reconoció en la
brisa de la tarde el aroma a colonia de su madre. Yo hubiera dado la
mitad de mi helado de nata para que esa explosión de ternura también
ocupara mi alma. No sería entonces, a pesar de los esfuerzos de mi
voluntad, cuando me arrebatará una emoción similar, sino mucho tiempo
después cuando ella ya no estaba para compartirlo.
Me recorrió el cuerpo un escalosfrío de dicha que no tenía causa aparente. Súbitamente, cuando escuché por azar una palabra que ella utilizaba de manera corriente, se generó en mí una sacudida tan profunda que tuve que acogerme entre los brazos y la nostalgia lo invadió todo en un relámpago lento y profundamente dulce que me embriagó por completo... ese instante fue como descubrir que Dios existía y se acordaba de mí...
Ella afirmaba que jamás había percibido antes aquel "duz" que le entro por el cuerpo cuando su memoria reconoció en un perfume el aroma de su madre después de tantos años de ausencia y yo lo reafirmo por mi experiencia. Puede que solo sea una descarga del sistema nervioso, pero a mi me gusta creer que más bien fue un "arrebato místico" y que ella vino a visitarme aquel día como su madre la visitó a ella.