En el tiempo en que el Quijote recorría La Mancha no se mostraba a sus ojos la inmensa marea verde de hojas y fruta dulce que la tierra es hoy. Cuando D. Alonso Quijano, el Bueno cabalgaba el terruño sobre Rocinante bien acompañado de su fiel amigo Sancho, el secarral se presentaba rubio como el verano en que comienza la historia, cubierto de un trigo hambriento que después del enorme trabajo de sol a sol en las labores de cultivarla tierra, sembrarla, segar la mies, aventar el grano y separarlo de la paja pasaba del granero al molino para mal alimentar paisanos y animales, porque La Mancha era la "Manxa" que el árabe nombraba con el significado de "seca": seca y pobre. Cereales, olivos y viñas colmaban la despensa manchega en cantidades mucho menores que las actuales.
La marea de viñas llegaría más tarde, cuando la "filosera", una enfermedad de la vides, arrasara Francia y la falta de tierra sana obligara a los vinateros a buscar tierra virgen para la vid.
La variedad de viñedo más común en esta tierra es desde entonces el jubiloso aireen, fruto de una fruta fresca, a la vista dorada, de grano esférico casi perfecto que de tan honesto deja ver su corazón al trasluz; delicada al tacto como el cristal más fino, dulce al gusto, equilibrada, persistente en boca con todos los aromas del verano en su interior. Fruta agradecida que devuelve con creces cada mirada que el agricultor le prodiga. Esa variedad humilde, tal vez por más común que otras, no contiene en su genética esa intención mercenaria de las variedades "mejorantes" que invaden nuestras mesas de cata. Para dar a conocer nuestros vinos, se organizan todo tipo de eventos aprovechando fiestas y la mediania del noviembre gris para presentar el vino nuevo en vísperas ya de navidad. Y sin embargo, si hoy nos visitaran de nuevo y fueran invitados a uno de estos eventos no hallarían por copa alguna la variedad que nos ha convertido en lo que somos. Degustarían verdejos, macabeos, siracs, la francesa Cabernet Sauvignon, algún tempranillo que ha perdido ya la denominación propia de "cencibel". Encontrarían caldos macerados en barricas de roble francés y americano; degustarían, eso sí, junto al vino algùn queso manchego aunque los mantequillosos franceses van ocupando nuestras despensas porque el ovino manchego se encuentra en extincion, pero no hallarían por ninguna parte un sorbo de airen que llevarse al paladar.
Da la impresion de que aquello que nos sostiene no se publicita por algún motivo que ignoro, aunque la ingratitud de los hombres no sea causa de rencor en la tierra que continúa pariendo su fruto en medio de enormes dificultades, de soledades eternas, de sequías interminables, de olvidos lamentables. No dejan las cepas de airen de reverdecer el campo en cada primavera ni de alegrar nuestra mirada en ese recorrido de esperanza que discurre por La Mancha.
Alegre, limpio, honesto, vivo, resolutivo el vino de nuestra tierra no deja de ser el aireen que se comparte con gusto en la amistad y en la copa acompañado siempre de una buena conversación. Solo falta que se presente en sociedad con lo honores que merece, en mi opinión.