Parece que la vida entera hubira pasado toda en los últimos diez años. Tengo la impresión de que lo anteriores a estos fueron una mezcla de páginas mudas de calendarios vacíos se han revolcado en un cambalache de subidas y descensos de mi particular averno sin anestesia ni manta de viaje.
Las palabras me han salvado, sobretodo una, la mía, la de adentro, la prometida, la de honor. Fue el aíre que alimentaba las letras dichas y dadas el espíritu que me arrebató del infierno y al mismo tiempo me rescató de un cielo neutro y aburrido como el de una felicidad beata. Tanto me ha redimido leer como escribir y por una de esas casualidades de los días hoy ha regresado a mis manos una carta antigua que nunca conoció buzón, se quedó escondida entre las sábanas como un naìpe marcado en una timba de poquer ilegal. La he leído con gusto, me he reconocido en ella viva y libre y he sentido añoranza de mí, de aquella que dibujaba con un garabato blanco un lienzo oscuro y sembraba trigo en una tierra adusta sin labor. Apesar de las canas he vuelto a sentirme quien fuí y he logrado quererme otra vez.