domingo, 11 de noviembre de 2018

Artículo l. Intolerancia

"El encuentro amoroso es un encuentro de diferencias. Lo bonito del mundo es la diversidad de las personas, que enseña y permite la complementariedad. La tentativa social de padronización ha generado la intolerancia y el fracaso de las relaciones. Cada persona es única, en sus aspectos positivos y negativos.
El amor es la aceptación incondicional del otro como alteridad, como ser libre y como humanamente imperfecto. Solo podemos amar al otro en lo que es diferente de nosotros. Amarlo en lo que es igual a nosotros no es amor a él, sino a nosotros mismos. Creo que la principal dolencia de las relaciones está en la tentativa de hacer a otra persona a nuestra imagen y semejanza. La tentativa violenta de cambiar a alguien esbarra en dos grandes equívocos: el primero es creer posible el cambio de otra persona a partir de nuestras críticas y de nuestro control; el  segundo es que seremos felices si el otro se torna aquello que esperamos de él.
El arte y la sabiduría de las relaciones felices está en la competencia de situarnos en la realidad del otro. La diferencia inclusive de los defectos de la otra persona, es un convite a nuestro crecimiento en dirección a la tolerancia y la aceptación. Culturalmente se nos ha educado para la intransigencia con los negativos de otras personas. El límite que una relación nos impone es sugestión para nuestro desenvolvimiento. Cuánto peor el hijo, el amigo, la esposa  más competente tenemos que ser como padres, amigos, esposos para darnos cuenta de ello.
La visión infantilizada de que las personas están en el mundo para satisfacernos tiene que dar lugar a otra forma de ver las relaciones. Escojo a alguien para compartir con él mi ser, mi alegría, mi forma de existir. Y ser amigo es el principal requisito para cualquier relación. Ser amigo es conocer todos los puntos flacos y ayudarlo a convivir mejor con ellos. La crítica constante y  la tentativa de cambiar al otro son formas competitivas y sofocantes de destruir la relación.
María reclama que su marido es cerrado y no le declara constantemente su amor. Esa característica de la persona que ella eligió para amar es un desafío para que ella alargue su nivel de percepción y descubra que el amor independe de las palabras. Hay numerosas formas de demostrar el amor. Y cada persona hace de eso una forma. La posesividad y los celos exigen pruebas padronizadas de amor y llevan a un sufrimiento a veces innecesario. Para empeorarlo, el cobro sistemático del comportamiento del otro alimenta en él el trazo que no aceptamos. Muchas relaciones que tienen todo para ser ricas, placenteras y constructivas, son desperdiciadas en una competición sin fin.
El secreto de la felicidad está en disfrutar y vivir aquello que tenemos, al contrario de soñar con tener aquello que nos gustaría poseer. Aprendemos esta distorsión en la infancia. Solo teníamos el amor de los padres si correspondíamos a sus expectativas. La condicionalidad del amor nos llevo a una inseguridad básica y a la falta de autoestima. Perpetuamos está forma de relación para la vida de afuera  y no sabemos porqué las relaciones son tan complicadas.
Comprender los límites del otro, respetarlo como ser autónomo, aunque lleno de sombras, procurar adaptarse a sus dificultades, buscar sus lados luminosos, no tener tan en cuenta sus puntos flacos es pavimentar el camino del amor y una relación feliz. No me interesa si el marido de María es tímido, terco o cerrado. Me gustaría saber si ellos se han divertido juntos, si son alegres, si están construyendo objetivos comunes, si son afectuosos y si son compañeros. En una relación amorosa, que nos ayude a ser felices, necesitamos de socios, no de dueños y no de esclavos."

A. Roberto

Ayer

 Esconde tus manos, como si fueran garras de  usura, Esconde tu alma  como si fuera lodo feroz Oculta tus ojos, que nadie lea la vergüenza e...