Imposta tanto que a veces siento un poco de ternura por la fragilidad que esconde su impostura: esa argamasa de interés, necesidad y astucia, y me enternezco sin ser connivente con su actitud y sus pretensiones.
Ha llegado a tal grado de perfección en sus movimientos, imitados sin hartazgo ni censura; en sus giros elegantes, su cadera cadenciosa, sus modales medidos y las palabras suaves con las que acaricia los oídos de quien la escucha que casi ha logrado ser más interesante que la original, aunque no sea más que una copia de lo que idealiza y un menosprecio de su ser real.
Hubiera podido ser la mejor relaciones públicas, la vendedora número uno del mes todos los meses del año y sin embargo se ha acomodado a ser la mano que mueve una marioneta con la que evitar los golpes del destino sin que a ella le imputen cargos jamás.
Aunque sea posible engañar a muchos por mucho tiempo no es posible engañar a todos el tiempo todo, a la larga lo artificial no puede suplantar lo auténtico. Entonces, ella imposta con más gracia, con más donaire, con más intensidad y algunos vuelven a creer en su impostura un tiempo más.
Anoche, se colocaba el abrigo con tal gracia, que yo siento de verdad que sea de mentira. Y siento que no haya tenido el valor ser quien es y de reconocer su limitación humana porque la hubiera hecho más libre y más feliz; hubiera ganado credibilidad entre los propios y respetabilidad ante los ajenos sin necesidad de negarse a sí misma, lo cual es tanto como confesar falta de valor cuando no es verdad. Su clasismo acaba con ella: su necesidad vanidosa de mirada continua sin tomarse el oficio ni el trabajo de cultivarse por dentro y correr el riesgo de dejarse ver.
Lo peor de todo es que en esa carrera no cae sola. Siempre encuentra un alma ingenua, carente, mentecata a quien seduce su artificio y que cierra los ojos ante la realidad dejándose conducir por el canto de la sirena, de la facilidad, del atajo, del camino corto. Los daños son directos y colaterales, lo abarcan todo. De la misma manera que seduce y atrae, llegado el momento no le tiembla el pulso para rechazar y abandonar en el camino lo que ya no sirve o no interesa. Entonces, la seda se recama de espinas y lacera sin piedad; bajo la suavidad del terciopelo se escondía una mano de acero.
Caí en esa trampa hace muchos años. Cuando era una niña acostumbrada a dar servicio a mucha gente con dificultades que no supo enseñarme el límite entre lo aceptable y el abuso. Ella era repetidora, pero porque ella quiso no por otra cosa, y el orden alfabético la trajo a mi vida un año entero. De ella aprendí tanto que hoy no me pesan los deberes que le regalé todo sexto, aunque entonces descubriera que el ser humano nace con la indignación de serie ante los abusos y la injusticia.
Por más que se haga luz de gas con el tiempo se termina por distinguir la verdad de la impostura.
sábado, 29 de diciembre de 2018
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La verdad, Aunque duela, siempre termina con la impostura.
ResponderEliminarFeliz entrada de Año, Cereza.
Y un fuerte abrazo.
Impostura, bonito tesoro.
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