Las mujeres han existido desde siempre, como las vasijas y el ajuar; un poco menos que los árboles y las gallinas y un poco más que las espadas y las banderas. Desde siempre han realizado el trabajo que facilitaba a los protagonistas de la historia el existir, el resistir y el alzarse con los laureles de un gloria sin alegría que nunca coronaron sus cabezas. Aunque su respiración fuera entrecortada y su estatura ninguneada durante los siglos de los siglos, las mujeres no han dejado de combatir el hambre, la enfermedad, la ignorancia y la muerte. En el alma profunda de la materia femenina se hallan los mecanismos de supervivencia más sofisticados y sutiles para no dejarse extinguir. El instinto humano lucha contra la muerte por medio de la parálisis, la catalepsia y la lucha, pero en las mujeres existe otro mecano tan arraigado a su pecho como es el agradar. Y siendo así la misma herramienta que protegía su vida, la arrancaba de la tierra y estremecía sus raíces. El cuerpo logra sobrevivir al alma a costa de la espalda curvada, la mirada baja y la sonrisa triste. Y a pesar de haber sacado las uñas y enseñado los dientes más de una vez, aún queda tierra liega sin labrar. la misma tierra que sirve de mortaja a tantas mujeres sin esperanza.
De poco sirve salvar el cuerpo y dejar el alma ahogarse de frio en las propias lágrimas. Las noches sin sueño, los gozos sin cuerpo, la medida de la falda o la hondura del escote. Una mujer "nace" puta y pasa la vida entera demostrando que no lo es. Los hombres "nacen" cobardes y pasan la vida entera demostrando que no lo son, incluso si para ello han de matar, matan por un centímetro de falda o por la mueca de otros hombres que los miran con desdén.
Tabla rasa para recomenzar ni putas ni sumisas, ni cobardes ni asesinos.
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