Parece que una vida entera hubiera cruzado por mis ojos en unos simples instantes. Tengo la impresión de que el tiempo anterior a ayer fue una mezcla de páginas mudas y calendarios vacíos. Días que se revocaron en un cambalache de subidas y bajadas en el camino a mi averno particular sin anestesia ni manta de viaje.
La palabra me ha salvado, la mía, la de adentro, la de honor. Fue el oxígeno de las letras dichas y su espíritu lo que me arrebató del infierno y me rescató de un cielo neutro y aburrido, de una felicidad beata. Tanto me redimió leer como escribir y por una de esas casualidades de los días hoy ha regresado a mis manos una carta antigua que nunca conoció buzón que se quedó escondida entre las sábanas como un naipe marcado en la bocamanga de una timba ilegal. La he leído con interés, me he reconocido en ella viva y libre y he sentido añoranza de mí de aquella que dibujaba un garabato blanco en un lienzo oscuro y sembraba trigo en una tierra adusta sin labor. A pesar de la experiencia vacia he vuelto a reencarnar en quien fui y cerrar el sobre.
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