Cuando Diego tenía unos cuatro años jugabamos a luchar con dos armas mortales como eran los dos cojines del sofá de la abuela, sin que ella lo supiera. Cada vez que conseguía ganar para su terreno los dos trofeos, saltaba sin medida sobre el sofa mientras gritaba entusiasmado:
-"El poder es mío...",
-"Todo el poder para mí..."
Cuando yo se los quitaba por lo bajo (porque para algo era más alta, más hábil y tenía cuarenta años más), protestaba por mis malas artes.
Un día cansada de escucharle mencionar tanto el poder, le pregunté:
-Diego, ¿ y para qué quieres tú tanto poder, pequeño?
A lo que él y su sapiencia de cuatro años, perplejos por mi ignorancia, me respondieron:
-Ay, tita, porque quien tiene poder hace lo que quiere y quien no lo tiene hace lo que quiere quien tiene el poder.
Entonces la perplejidad era mía y me pregunté, de dónde habría venido este niño tan "viejo".
Y tan estupendo.
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